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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Amparo se asió a , y me miró pálida, aterrada, anhelante. Mustafá gruñía dolorosamente. Venía Amparo en el mayor desorden: deshecho el peinado; una de sus manos envuelta en un pañuelo.

El día siguiente a las once, Amparo estaba en mi gabinete, donde Mauricio había servido la mesa. Mientras Amparo se quitaba el manto con una hechicera confianza, Mustafá, que sin disputa era mi amigo, sentado enfrente de , meneaba lentamente la lanuda cola y me miraba de hito en hito.

Sin hablar ni una palabra a la criada que me miraba con asombro, seguí a Mustafá que en medio de sus caricias se dirigía hacia el interior. En aquel momento escuché el preludio de un piano. ¿Qué había de misterioso en aquel sonido que penetraba en mi alma, que me traía algo del alma de Amparo? Porque yo no dudaba de que ella era la que producía aquel sonido...

; ¡el horrible viejo me seguía! las escaleras son estrechas y empinadas; caí, di con la cabeza en la barandilla, y casi me he roto una mano; pero al fin estoy aquí; aquí, con usted que me defenderá. No la pregunté más. ¿Y para qué? Todo estaba explicado. Envié a Mauricio por un facultativo que se encargó de la curación de Amparo y de Mustafá.

Nada respecto a ella, me contestó. Acabé de convencerme de que nada recabaría de aquella mujer; la di dinero; la encargué dijese a Amparo que deseaba verla, y la despedí. A los pocos días, y cuando acababa de levantarme, me sorprendió un fuerte campanillazo a la puerta. Abrió Mauricio; sentí pasos apresurados, y poco después se precipitó en mi gabinete Amparo. Mustafá la seguía cojeando.

Y contuve con un ademán a la criada que iba a anunciarme, y con una caricia acallé las ruidosas manifestaciones de alegría de Mustafá. La criada permaneció inmóvil y admirada en el lugar en que se encontraba, y Mustafá, como si me hubiera comprendido, calló y se encaminó a la puerta de la sala, en la cual se sentó, dirigiendo alternativamente sus miradas a la persona que había dentro y a .

Tuvo allí noticias de las fuerzas de mar y tierra con que contaba el Duque, acaso un tanto exageradas, y receloso del encuentro quería esquivarlo, limitándose á poner en tierra el socorro de soldados para Trípoli; pero tanto le instó Uluch-Alí á verificar un reconocimiento á que personalmente se ofrecía, como tan práctico de los Gelves, que consintió en que se hiciera con una galeota ligera, en que fué también Cara Mustafá, Virrey de Mitilene.

La herida de la cabeza de la niña, era leve, pero profunda y grave la de la mano. Mustafá tenía casi roto un hueso. Amparo se vio obligada a quedarse en casa. Dos horas después, cuando estuvo más tranquila, la dije: No puedes volver a vivir con esa infame. ¡Oh! ¡Dios mío! ¡no! ¡imposible! No puedes vivir tampoco conmigo. No, no; de ningún modo. Tampoco puedes vivir sola. ¡Dios mío! ¿y qué hacer?

¡Eh! ¡quieto, Mustafá! le dijo, dejándome oír una voz infantil y fresca, al par que armoniosa y grave: ¿no ves que es un caballero? El perro retrocedió, y yo me acerqué más. La muchacha me miró de nuevo. Hay miradas que son una historia. Hay miradas que son un poema. Hay miradas que son una sátira. Hay miradas que dilatan el alma. Hay las por el contrario que la comprimen.

Y aun el mismo Mustafá, mírele usted echado entre nosotros y mirándole de hito en hito. A pesar de que es ya viejo no se ha olvidado de usted; no es usted para él una persona desconocida... ¿Ha ido a verle a usted el padre Ambrosio? No por cierto, y me hubiera alegrado mucho de verle. No se habrá atrevido... es tan tímido.

Palabra del Dia

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