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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Pero, con todo esto, llevado de sus pocos años y de su poca experiencia, pasó con ella adelante algunos meses, en los cuales le sucedieron cosas que piden más luenga escritura, y así, se deja para otra ocasión contar su vida y milagros, con los de su maestro Monipodio, y otros sucesos de aquéllos de la infame academia, que todos serán de grande consideración, y que podrán servir de ejemplo y aviso a los que los leyeren.
Todo será para servir a vuesa merced y a los señores cofrades respondió Rinconete. Y vos, Cortadillo, ¿qué sabéis? preguntó Monipodio. Yo respondió Cortadillo sé la treta que dicen mete dos y saca cinco, y sé dar tiento a una faldriquera con mucha puntualidad y destreza. ¿Sabéis más? dijo Monipodio. No, por mis grandes pecados respondió Cortadillo.
Olvidábaseme de decir que así como Monipodio bajó, al punto todos los que aguardándole estaban le hicieron una profunda y larga reverencia, excepto los dos bravos, que a medio mogate, como entre ellos se dice, le quitaron los capelos, y luego volvieron a su paseo por una parte del patio, y por la otra se paseaba Monipodio, el cual preguntó a los nuevos el ejercicio, la patria y padres.
En efeto, él representaba el más rústico y disforme bárbaro del mundo. Bajó con él la guía de los dos, y trabándoles de las manos, los presentó ante Monipodio, diciéndole: Estos son los dos buenos mancebos que a vuesa merced dije, mi sor Monipodio: vuesa merced los desamine, y verá como son dignos de entrar en nuestra congregación. Eso haré yo de muy buena gana respondió Monipodio.
Pues ¿cómo dijo Monipodio no se me ha manifestado una bolsilla de ámbar que esta mañana en aquel paraje dio al traste con quince escudos de oro y dos reales de a dos y no sé cuántos cuartos? Verdad es dijo la guía que hoy faltó esa bolsa; pero yo no la he tomado, ni puedo imaginar quién la tomase.
Y llegándose a ellos, les preguntaron si eran de la cofradía. Rincón respondió que sí, y muy servidores de sus mercedes. Llegóse en esto la sazón y punto en que bajó el señor Monipodio, tan esperado como bien visto de toda aquella virtuosa compañía. Parecía de edad de cuarenta y cinco a cuarenta y seis años, alto de cuerpo, moreno de rostro, cejijunto, barbinegro y muy espeso; los ojos, hundidos.
A esto dijo la vieja que había rezado a la imagen: Hijo Monipodio, yo no estoy para fiestas, porque tengo un vaguido de cabeza dos días ha, que me trae loca; y más, que antes que sea medio día tengo de ir a cumplir mis devociones y poner mis candelicas a Nuestra Señora de las Aguas y al santo Crucifijo de Santo Agustín, que no lo dejaría de hacer si nevase y ventiscase.
Al volver que volvió Monipodio, entraron con él dos mozas; y así como entraron se fueron con los brazos abiertos, la una a Chiquiznaque y la otra a Maniferro, que éstos eran los nombres de los dos bravos; y el de Maniferro era porque traía una mano de hierro, en lugar de otra que le habían cortado por justicia.
Pues sea en buen hora dijo Monipodio . Voacedes tomen esta miseria y repartió entre todos hasta cuarenta reales, y el domingo no falte nadie; que no faltará nada de lo corrido.
Todo se le cree, señora madre respondió Monipodio , y estése así la canasta; que yo iré allá a boca de sorna, y haré cala y cata de lo que tiene, y daré a cada uno lo que le tocare, bien y fielmente, como tengo de costumbre.
Palabra del Dia
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