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En primer lugar, siendo la representacion de las mónadas una mera hipótesis, no sirve para explicar nada, á no ser que la filosofía se convierta en un juego de combinaciones ingeniosas. El yo es una mónada, esto es, una unidad indivisible; en esto no cabe duda; el yo es una mónada representativa del universo; esta es una afirmacion absolutamente gratuita.

El mundo entero formado de seres indivisibles, todos representativos del mismo universo del cual forman parte, pero con representacion adecuada á su categoría respectiva y con arreglo al punto de vista que les corresponde segun el lugar que ocupan; desenvolviéndose en una serie inmensa que principiando por el órden mas inferior va subiendo en gradacion continua hasta los umbrales de lo infinito; y en la cúspide de todas las existencias la mónada que contiene en la razon de todas, que las ha sacado de la nada, les ha dado la fuerza representativa, las ha distribuido en sus convenientes categorías estableciendo entre todas ellas una especie de paralelismo de percepcion, de voluntad, de accion, de movimiento, de tal suerte que sin comunicarse nada las unas á las otras, marchen todas en la mas perfecta conformidad, en inefable armonía; esto es grande, esto es bello, esto es asombroso, esta es una hipótesis colosal que solo concebir pudiera el genio de Leibnitz.

Anda, Ricardo..., no hay nada que ver aquí..., vámonos, vámonos... Déjame, niña, déjame contemplar esta monada de cuarto... ¡Qué precioso! y metiendo la nariz por la cama decía con mucha seriedad: ¡Huele a Marta! ¿Quieres callar, majadero?

Aquel día, mil veces desgraciado, me habló en tono ceremonioso, ordenándome con gravedad y hasta con displicencia las faenas que menos me gustaban; y ella, que tantas veces fue cómplice y encubridora de mi holgazanería, me reprendía entonces por perezoso. ¡Y a todas éstas, ni una sonrisa, ni un salto, ni una monada, ni una veloz carrera, ni un poco de olé, ni esconderse de para que la buscara, ni fingirse enfadada para reírse después, ni una disputilla, ni siquiera un pescozón con su blanda manecita!

Su indumentaria, elegante en sus buenos tiempos, estaba rota y sucia, y el cabello, despeluznado y de un rojo subido, formaba un cómico tocado sobre su vivaracha cabecita. A pesar de todo ello, la niña era una monada. Un cierto aire de confianza en mismo que suele caracterizar a los niños que por mucho tiempo se creían abandonados, despuntaba a través de su timidez infantil.

Era su noche. El discursito cuidadosamente preparado había obtenido un éxito enorme. Las miradas de todas las señoras que podían comprenderle iban hacia él con admiración y gratitud. «¡Qué monada el tal Maltranita!... ¡Qué hombre tan dije!... ¡Qué habilidoso!...» Y él aceptaba con modestia estos elogios formulados por las damas según los términos admirativos de cada país.

El alma humana, una monada superior e indestructible, aunque limitada. La moral de Goethe es poco severa, mas no por relajación, sino por bondad propia, y por firme creencia en la bondad divina y en la flaqueza humana. El Dios de Goethe es blando, indulgente y benigno, y a veces hace casi un mérito del error en el hombre que yerra, porque yerra el que aspira.

¿Es posible?... Ya lo creo... replicaba con suficiencia la que parecía más informada. Dicen que hay uno de baile espléndido, color bleu d'eau y otro de terciopelo estampado color marfil, guarnecido con ramos de rosas . ¡Y los matinées son espléndidos! Pero a lo que me gusta más, es uno color turquesa muerto. ¡Qué monada!

Y se puso a echar sus miguitas a los peces, hablándoles con el cariño y el mimo de una madre que acaricia a sus hijuelos... ¡Hola, tragoncillos! ¿Hay apetito?... Vamos, haya paz, que para todos hay... ¡Mira, mira, María, cómo abren el hociquito!... ¡Qué delicia! ¡Qué monada!