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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Sea como fuere, prosigamos la tarea, y que la mocedad de hoy, agitada y turbulenta, tristemente precoz, falta de nobles ideales, prematuramente envejecida y nunca saciada de placeres, sepa cómo eran, qué pensaban y qué sentían los jóvenes de entonces.
En su primera mocedad, y, a pesar de su cojera, había gozado de mejor salud relativa, y había podido pasar largas temporadas en Viena, asistiendo a las aulas y dedicándose al estudio. Empeoró después su salud y se encerró tan obstinadamente en el castillo, que nunca salía de él y acompañaba siempre a su madre.
Llega después un hombrecillo torvo y desaliñado, tocado con un chapeo raído que cubre su calva de santo, ancha y reluciente. Es un inventor desgraciado. Había trabajado día y noche en su taller, renunciando a los holgorios de la mocedad, al regalo de la hembra y a toda dulzura de los sentidos. Empleó su pequeña fortuna en el trabajo y en el estudio, hasta obtener una nueva máquina.
Dominada por el terrible egoísmo que suele atacar a los viejos cuya mocedad fue laboriosa, la impedida hizo del potro de dolor quinta de recreo. Lo que es allí ya podían venir penas; lo que es allí a buen seguro que la molestase el calor ni el frío. ¿Que era preciso lavar la ropa? Bueno, ella no tenía que levantarse a jabonarla, le había costado bien caro una vez. ¿Que estaba sucio el piso?
Soy joven; el tiempo no ha pasado; tengo frente a mí los principales hechos de mi mocedad; estrecho la mano de antiguos amigos; en mi ánimo se reproducen las emociones dulces o terribles de la juventud, el ardor del triunfo, el pesar de la derrota, las grandes alegrías, así como las grandes penas, asociadas en los recuerdos como lo están en la vida.
Si tienes valor, si presencias sin temblar y sin desmayarte mis tremendas operaciones y te sometes a ellas, yo te prometo que te devolveré el vigor de la mocedad y los medios de ponerte a prueba por segunda vez, y sin perder tiempo ver de un modo definitivo si vales o no vales.
Recuerdo á este propósito á cierto singularísimo personaje que conocí en mi mocedad, estando yo en la capital del Brasil. Era un mago ó sabio ambulante. Peregrinaba con una hermosa profetisa de Nueva York, que era su mujer ó cosa parecida, y que, magnetizada por el mago, decía mil cosas estupendas que él le sugería.
Frisaba ya doña Lupe en los cincuenta años, mas estaba tan bien conservada, que no parecía tener más de cuarenta. Había sido en su mocedad frescachona de cuerpo y enjuta de rostro, y tenía cierto parecido remoto con Juan Pablo. Sus ojos pardos conservaban la viveza de la juventud; pero tenía cierta adustez jurídica en la cara, acentuada de líneas y seca de color.
15 ¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de Espíritu? ¿Y por qué uno? Procurando simiente de Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y contra la mujer de vuestra mocedad no seáis desleales. 16 El que la aborrece enviándola, dijo el SE
En su primera mocedad Goethe empieza a escribir el FAUSTO; en su extrema vejez, ya de ochenta años, es cuando le termina, o mejor dicho, no le termina: aun después de su muerte deja pedazos, paralipomenos, que al FAUSTO pertenecen, que son la parte póstuma del gran poema.
Palabra del Dia
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