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Actualizado: 13 de junio de 2025
Los amigos de la familia de la Lage se permitían alusiones desembozadas a la próxima boda; los criados, en la cocina, calculaban ya a cuánto ascendería la propineja nupcial. Al recogerse, sus hermanas daban matraca a Rita. A todas horas reían fraternalmente con el primo y una ráfaga de alegría juvenil trocaba la vetusta casa en alborotada pajarera.
En efecto, al cabo de una hora vino muy sonriente y satisfecho y sufrió con alegría la matraca que sus amigos le dieron por haber dejado al sobrino abandonado. Al otro día después de paseo le llevó a casa de unos amigos, donde se ensayaban hacía ya tiempo dos actos de ópera que debían cantarse y representarse en el cumpleaños de la señora.
Porque para supuesto, me parece excesiva la matraca de esa simple en cuanto me ve. ¡Vete tú a saber!... ¿Te ha insinuado él algo a ti? Lo suficiente para darme otra prueba de que está bien enterado; y no me ha hablado con mayor claridad, porque en ese punto siempre le he tenido yo a raya.
En la réplica le dio bastante matraca con aquella «segura servidora,» y la niña, en las cartas siguientes, modificó su despedida: el comienzo, o sea el «apreciable,» ya le costó más trabajo que lo cambiase; al fin, se aventuró a llamarle «querido Miguel.» Todas las cartas se las leía éste a su hermana. Julia principió a sentir viva simpatía hacia aquella niña de menos edad aún que ella.
¡Pára, pára, pára! interrumpió el catedrático; ¡Jesus, qué matraca!... Estamos en que los espejos se dividen en metálicos y de cristal, ¿ja? Y si yo te presentase una madera, el kamagon por ejemplo, bien pulimentada y barnizada, ó un pedazo de marmol negro bien bruñido, una capa de azabache que reflejase las imágenes de los objetos colocados delante, ¿como clasificarías tú esos espejos?
Déjese llevar por mí, que entiendo del gobierno de una casa... Y no me salga con la matraca del librito de llevar cuentas. La persona que tiene el arreglo en su cabeza, no necesita apuntar nada. Yo no sé hacer un número, y ya ve cómo me las compongo. Siga mi consejo: múdese a un cuarto baratito, y viva como una pensionista de circunstancias, sin echar humos ni ponerse a farolear.
Frente a nosotros estaba la de Enríquez, con su novio; más allá, la mamá y la tía Etelvina, y en medio de ellas, don Alejandro, más sombrío y ojeroso que nunca. Elenita charlaba por los codos con el pollo Lisardo. Joaquinita y Suárez hablaban, aunque no tan animadamente, allá lejos, cerca de los marineros, y Pepita se encargaba de darnos matraca a todos.
Palabra del Dia
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