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27 e hizo llover sobre ellos carne como polvo, y aves de alas como arena del mar. 29 Y comieron, y se llenaron bien; les cumplió pues su deseo. 31 cuando vino sobre ellos el furor de Dios, y mató los más robustos de ellos, y derribó los escogidos de Israel. 32 Con todo esto pecaron aún, y no dieron crédito a sus maravillas.

Bajó el lacayo y vapuleó al realista. Así pagan los tiranuelos. Después de este lance, el fanático se puso malo. Dijeron algunos que se había dejado morir de hambre; otros que se había vuelto loco; otros, y esto parece lo más cierto, que le mató una profunda hipocondría. Y las señoras de Porreño, ¿qué fué de ellas? le pregunté. Nada he podido averiguar de doña Salomé contestó.

El joven español ocultó la cabeza entre sus manos. ¿Y su hermana? preguntó. Me quedaba aún una última prueba de afecto que darle, y se la di. ¿Cuál? La maté, Blasillo. ¿Mató también a su hermana? ¡Usted fratricida! ¡Anatema! ¡Niño! ¿sabes qué suerte espera en Egipto a una joven de mi raza que se ha dejado seducir, cuando el seductor es casado?

Ciego de cólera al verse desobedecido por un indio, mató Velasco al infeliz Marasa de un pistoletazo en el pecho.

17 Desde el monte de Halac, que sube hasta Seir, hasta Baal-gad en la llanura del Líbano, a las raíces del monte Hermón; tomó asimismo todos sus reyes, los cuales hirió y mató. 18 Por muchos días tuvo guerra Josué con estos reyes.

No pudo sufrir esto Andrés Florián, valerosísimo caballero español, y respondió luego con otro tiro semejante, de que derribó en tierra á Antonio Ferraez de Araujo, y sacando su puñal arremetió á Manuel Frías y le mató á puñaladas, quedando al primer paso muertos los dos capitanes enemigos.

En mayo de 1710 se trasladó doña Josefa Portocarrero Lazo de la Vega al nuevo convento, del que fué la primera abadesa. Cuatro meses después de su prisión, la Real Audiencia condenaba a muerte a don Fernando de Vergara. Este desde el primer momento había declarado que mató al marqués con alevosía, en un arranque de desesperación de jugador arruinado.

¡Ah! exclamó Muñoz, enrojeciendo. ¿La conociste en casa de Charito González? ¿ vas a casa de Charito González? No; la conocí en casa de las Aliaga. Estoy seguro que dijiste... en fin ¿una amiga de Charito González? Yo conozco a todas sus amigas. No importa. Esta es la hija del hombre que se mató por la viuda de Aliaga. Muñoz ignoraba el suicidio del padre de Adriana.

Si la mato no hay lección. La enseñanza es más cristiana que la muerte, quizá más cruel, y de seguro más lógica... Que viva para que padezca y padeciendo aprenda... Pero a él debo matarle... ¡a él !». Oyendo el estrepitoso fin de la pieza, tuvo como un sopor de medio minuto, y volvió de él asaltado por esta idea que le sacudía: «No, matar no. Su maldad es necesaria para este gran escarmiento.

Cuando Fuentes mató el primer toro y fue hacia la presidencia saludando a la multitud, Gallardo palideció aún más, como si toda muestra de agrado que no fuese para él equivaliera a un olvido injurioso. Ahora llegaba su turno: iban a verse grandes cosas. No sabía ciertamente qué podrían ser, pero estaba dispuesto a asustar al público.