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Actualizado: 12 de octubre de 2025


Ya se había ocultado el sol, dejando en el horizonte una barra roja entre vapores flotantes de oro mortecino. Otras dos gotas enormes de llanto vinieron á caer sobre la cubierta del improvisado ataúd. Mientras tanto, Ra-Ra lanzaba continuos lamentos, iguales á los aullidos de una bestezuela herida muy lejos ... muy lejos.... ¡Adiós, Margaret! murmuró Edwin.

Se imaginó que todo lo que llevaba visto en sueños no era mas que una preparación para llegar á la muerte de Popito y que esta muerte debía considerarla como un aviso de las potencias misteriosas que rigen el curso de la vida humana. Miss Margaret ha muerto, estoy seguro de ello se dijo el joven.

Miss Margaret digo con inflexiones cariñosas de voz , haré lo que usted me mande. Pero reconociendo su error, se rectificó, añadiendo: Doctor Popito, salvaremos á Ra-Ra y nos iremos de este país, que va resultando poco agradable. Luego hizo preguntas á la joven para conocer las últimas noticias de la revolución, y, sobre todo, si eran muchas las fuerzas militares que habían quedado en la capital.

El ingeniero, después de disimuladas averiguaciones entre las familias amigas de ellas residentes en Pasadena y en Los Ángeles, llegó á saber que se habían trasladado á San Francisco. Fué allá, y consiguió una tarde hablar con Margaret en el Gran Parque, cuando paseaba con su maestra de español.

Pero aunque Gillespie hacía esfuerzos por enterarse de la disertación, inclinaba al mismo tiempo su cabeza del lado de los amantes, deseoso de oir su diálogo. La voz de la invisible Popito, algo desfigurada por el aparato microfónico, evocó en su memoria el recuerdo de la voz dulce y graciosa de miss Margaret.

Al convencerse de que estaba despierto y bien despierto, encontró cierto placer en examinar todos los detalles físicos del ilustre Momaren, que hacían de su persona una reproducción exacta, aunque en escala reducidísima, de otra persona existente en el mundo de los gigantes humanos. El Padre de los Maestros era mistress Augusta Haynes, la madre de Margaret.

Gillespie se irguió al escuchar esta terrible noticia. ¿Era posible que miss Margaret pudiese morir?... La vió tendida entre dos dobleces del paño de su chaqueta, con la cabeza sobre una arruga que había preparado y mullido su amante para que la sirviese de almohada. Estaba más blanca que el día anterior, como si hubiese perdido toda la sangre de su cuerpo.

Y convencido de que Ra-Ra, por ser igual á él, sólo podía decir tonterías cuando estaba furioso, prescindió de su persona para ocuparse únicamente de Popito. ¿Era posible que miss Margaret fuese á morir cuando él la había salvado?... Volver atrás resultaba imposible; en la tierra de los pigmeos sólo les esperaba la muerte.

Gillespie, ante tal duda, se sintió con un alma enérgica hasta la crueldad. Lo que él deseaba era que Margaret le amase siempre. Contando con el cariño de su esposa, no había suegra que le infundiese miedo.

Hasta se imaginó que su sonrisa actual era continuación de otras sonrisas anteriores que no había podido reprimir mientras con un lápiz en la mano y el casco de orejas metálicas en la cabeza escribía las palabras misteriosas llegadas á través de la atmósfera. Gillespie le arrebató el despacho para abrirlo.... ¡Oh Dios! ¡La firma de miss Margaret!

Palabra del Dia

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