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Actualizado: 28 de julio de 2025
A los varones fuertes Que la espada blandieron, Que arrostrando mil muertes En el campo cayeron Del noble sacrificio, Bajo el marcial auspicio Del alto galardon. De todo un pueblo el luto, De todo un mundo el llanto, Es mísero tributo Para su polvo santo, En que renacen palmas, Y en que resurgen almas Al soplo del creador.
Buenos días, señorita; solamente nosotros estamos en nuestro puesto dijo el tío Marcial volcando su saco en la mesa y designando con franca risa la multitud de comadres y muchachos que, no habiendo podido encontrar sitio en la iglesia, esperaban la salida de la novia.
Conforme a lo acordado nos trasbordamos. D. Rafael y Marcial, como los demás oficiales heridos, fueron bajados en brazos a una de las lanchas, con mucho trabajo, por robustos marineros. Las fuertes olas estorbaban mucho esta operación; pero al fin se hizo, y las dos embarcaciones se dirigieron al Rayo.
¡Hoy, cuando lo veo desfilar por las calles, siempre con el aire marcial a que obliga la tradición del número, busco en vano el rostro tostado de aquellos que conmigo tiritaban en los fogones de la frontera, y ya no están!
Sus dueños sólo volvían después de comer en el restorán. Era un matrimonio de empleados, que únicamente permanecía en casa los días festivos. El hombre, vigoroso y de aspecto marcial, prestaba servicio de inspector en un gran almacén. Había sido militar en África, ostentaba una condecoración y tenía el grado de subteniente en el ejército de reserva.
Cuando andaba tenía un aire marcial, al par que gracioso; corría como un gamo; tiraba pedradas con tanto tino que mataba los gorriones, y de un brinco se plantaba sobre el lomo del mulo más resabiado o del potro más cerril.
El valiente soldado contaba ya unos setenta años de edad, y estaba abrumado de achaques que ni aun su marcial espíritu, ni los recuerdos de sus altos hechos podían mitigar.
Mi amo miró al mar, a las lanchas, a los hombres que, desesperados y ciegos, se lanzaban a ellas; y yo busqué con ansiosos ojos a Marcial, y le llamé con toda la fuerza de mis pulmones. Entonces paréceme que perdí la sensación de lo que ocurría, me aturdí, se nublaron mis ojos y no sé lo que pasó.
Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de la Ilíada; si Marcial anduvo deshonesto, o no, en tal epigrama; si se han de entender de una manera o otra tales y tales versos de Virgilio.
Mi primera intención, cuando vi que se trataba de trasbordar, fue correr al lado de las dos personas que allí me interesaban: el señorito Malespina y Marcial, ambos heridos, aunque el segundo no lo estaba de gravedad. Encontré al oficial de artillería en bastante mal estado, y decía a los que le rodeaban: «No me muevan; déjenme morir aquí».
Palabra del Dia
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