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Actualizado: 24 de junio de 2025
Entónces me puse á bañarme la cara con agitación casi febril, y á chupar naranjas dulces con desesperación. Me puse de pié, me agarré de las vergas laterales, de las barandas, y marché.
Lo comprendí y me marché a casa para saladar a la Marquesa de Oreve. La señora de Grevillois, que estaba al lado de la ventana trabajando activamente en su bordado, me interpeló al pasar para reprocharme graciosamente que dejase sola a Luciana.
Marché, y como á las once y media del dia, llegué al Fuerte de San Carlos que dista 7 leguas, en que me detuve el rato preciso para separar y hacer se quedasen en él aquellos soldados de su guarnicion que me habian seguido en la expedicion, y á que otros, que habian al paso tomado armas allí, las entregasen á disposicion del Comandante, como se hizo: y marché á la estancia de Correa, que dista dos leguas, en que me detuve hasta el dia siguiente.
Acabó por perder la paciencia y los estribos, y se tiró a fondo con estas preguntas: En fin y remate de todo este fregado, hija mía: a ti ¿te interesa algo o no te interesa la venida de tu primo? ¿te da igual que viva con nosotros o con los parientes de Villavieja? ¿que coja ley a la casa y a las personas de Peleches o que no se le dé un ochavo de cominos por ellas? ¿que se marche aburrido a los ocho días de llegar, o que no se deje arrancar de allí ni con azadones y agua hirviendo? ¿que sea un borreguito de mieles para ti, o que no le merezcas mayor estima que un costal de paja?
Esta reja tiene unos picos... Al mover la mano me lastimé un dedo dijo Inés, chupándose la coyuntura del dedo índice y sacudiéndolo después para fingir el dolor del supuesto rasguño. Aquí están el chocolate y los bollos añadió la monja . Vaya, ya es tiempo de que se marche ese mocito, porque obscurece y no es ésta hora de tener abierto el locutorio.
Dia 4. A la una de este, viendo que no habia aviso de uno ni otro de dicho parage, marchè al Arroyo de las Cortaderas, distante 6 leguas, donde llegué
Después que nos batimos a satisfacción, y cuando se despejaron un tanto las densas nubes que oscurecían y turbaban su entendimiento, me marché a la Isla, a donde me acompañó deseoso, según dijo, de visitar nuestro campamento. En los días sucesivos casi ninguno dejó de visitarme. Su afectuosidad me contrariaba, y cuanto más le aborrecía, más desarmaba él mi cólera a fuerza de atenciones.
Tan pronto pensaba que no le quería ni pizca, como que le empezaba a querer, y todo era discutir y analizar palabras, gestos y actos de ella, interpretándolos de una manera o de otra. «¿Por qué me dijo tal o cual cosa? ¿Qué querría expresar con aquella reticencia?... Y aquella carcajadita, ¿qué significaba?... Ayer, cuando me abrió la puerta, no me dijo nada... Pero cuando me marché díjome que me abrigara bien».
Dia 24. En este parage me detuve hasta la una para las dos de la tarde, en que marché y llegué al citado Fuerte de San Carlos, distante 12 leguas,
Algo debió usted conocer en mis ojos, porque se sonrió y me saludó con la mano. ¡Pobre Pedro! Los perros no olvidan la mano que les ha acariciado una vez. El hombre que olvida los beneficios es peor que un perro. Después que yo me fuí has estado en el servicio, ¿verdad? Sí, señora; me tocó la suerte. Cuando me marché, la víspera de San Antonio, creí que todos estos picachos se me venían encima.
Palabra del Dia
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