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Actualizado: 18 de julio de 2025
La incontinencia de las mujeres, así solteras como casadas, se mira con indiferencia; aun los mismos maridos paran poco la consideración en eso, y así se entregan las mujeres al apetito de los hombres, particularmente si son españoles o mandarines, con poca repugnancia y ciega obediencia, tal es la disposición de su ánimo a obedecer a todos los que consideran superiores.
Y el ruiseñor cantó tan dulcemente que le corrían en hilo las lágrimas al emperador: y los mandarines, de veras, lloraban: y el emperador quiso que le pusieran al ruiseñor al cuello su chinela de oro: pero el ruiseñor metió el pico en la pluma del pecho, y dijo «gracias» en un trino tan rico y vigoroso, que el emperador no lo mandó matar porque no había querido colgarse la chinela.
O será, mandarines amigos ¡sí, debe ser! que al verse por primera vez frente a nosotros los mandarines, ha cambiado de color. ¡Lindo ruiseñor! decía la cocinerita: el emperador desea oírte cantar esta noche. Y yo quiero cantar le contestó el ruiseñor, soltando al aire un ramillete de arpegios. ¡Suena como las campanillas, como las campanillas de plata! dijo el mandarincito.
Mas nada me divertía tanto como ver a cada instante en la puerta de un jardín, dos mandarines panzudos que para entrar se hacían infinitas zalemas y cortesías, sonriendo, todo un ceremonial dogmático, que les hacía oscilar de un modo picaresco sobre las espaldas las largas plumas de pavo.
¡No digas que tienes un pájaro amigo que te lo cuenta todo, porque le envenenarán el aire al pájaro! Y salió volando el ruiseñor, y echando al aire un ramillete de arpegios. Los mandarines entraron de repente en el cuarto, detrás del mandarín mayor, a ver al emperador muerto. Y lo vieron de pie, con su túnica imperial; con la mano de la espada puesta al corazón.
Además de los empleos de cabildantes, se nombran el año entrante todos los empleos militares, los de los cuidadores de las faenas y maestros principales de todos los oficios y artes, de modo que en cada pueblo pasan de 80 y aun 100 los que ocupan oficios, y si el pueblo es corto, todos se vuelven mandarines, y quedan pocos a quien mandar.
Ni una flor, ni una brizna de hierba; todo lo dejaron negro, corroído, calcinado. Los bananos, los albaricoqueros, los abridores, los naranjos mandarines se distinguían solamente por el aspecto de sus desnudas ramas, sin el encanto y la ondulación de hojas que constituye la vida de los árboles. Empezábase la limpieza de los cauces de agua, de los aljibes.
Una cosa, sin embargo, era evidente y en ello estuvieron de acuerdo Camilloff, el respetuoso Sa-Tó y la generala, que para tratar a la familia de Ti-Chin-Fú, formar en el séquito de los funerales y, en una palabra, introducirme en la vida de Pekín, era preciso, desde luego, vestirme con un traje conforme a las maneras y al ceremonial de los mandarines.
Palabra del Dia
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