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«¡Oh santo Allah! las ansias exclamaron del postrado Jucef: ¡Oh Dios sombrío! y en sus ojos las lágrimas brotaron, y por su blanca barba resbalaron cual trasparentes gotas de rocío. ¿Por qué su maldicion? Pasan los años, pero no pasan nunca las memorias, que en la conciencia ennegrecida encienden siniestra luz entre la oscura sombra.

19 Y el sacerdote la conjurará, y le dirá: Si ninguno hubiere dormido contigo, y si no te has apartado de tu marido a inmundicia, limpia seas de estas aguas amargas que traen maldición. 20 Mas si te has apartado de tu marido, y te has contaminado, y alguno hubiere puesto en ti su simiente, fuera de tu marido;

Volaban los pájaros, corrían las reses hasta despeñarse, huían los niños, ladraban los perros en los caseríos, ¡como si en vez del bienestar y la riqueza les trajese aquel glorioso artefacto la oscuridad, la maldición y la guerra!

Creyó leer en este globo mate, de fúnebre vaguedad, el último pensamiento de la víctima, la maldición que pasó como un relámpago por su cerebro al dejar de existir. Indudablemente, había muerto abominando de las veneraciones de toda su vida. Leíase en la contracción de su rostro: había quedado impreso en aquella mueca que parecía una protesta.

30 que ni aun entregué al pecado mi paladar, pidiendo maldición para su alma; 31 cuando mis domésticos decían: ¡Quién nos diese de su carne! Nunca nos hartaríamos. 32 El extranjero no tenía fuera la noche; mis puertas abría al caminante. 33 Si encubrí, como los hombres mis prevaricaciones, escondiendo en mi seno mi iniquidad;

El notario fue de un salto a mirarse en el espejo. ¡Horror y maldición! como dicen en las novelas de la antigua escuela. Se vio tan desfigurado como el día que volvió de Parthenay.

El primogénito encuentra a su padre, que viene a pie entre la hueste de mendigos, y refrena el caballo haciéndose a un lado para dejar paso a todos. Don Juan Manuel no le reconoce hasta cruzar por su lado. Entonces le mira con altivez, pero sin cólera, desengañado, desdeñoso, triste. ¡Ah!... Eres , bandido. ¡Yo soy! Al fin nos encontramos. ¿Te han dicho que tienes mi maldición? , señor.

El agua, como la tierra que vivifica, nos parecerá cada día más hermosa en cuanto se haya purificado, no sin pena, de su larga maldición.

Por fin, le miró de soslayo al través de las hojas, a la manera de un hada, y preguntó: Si bajo y te doy algunas, ¿me prometes mantenerte a distancia? El maestro asintió. ¡Así te mueras si lo haces! El maestro aceptó resignadamente tan terrible maldición. Melisa se deslizó del árbol, y durante algunos momentos no se oyó más que el mascar de piñones. ¿Estás mejor? preguntó con cierto interés.

18 A Jerusalén, y a las ciudades de Judá, y a sus reyes, y a sus príncipes, para que yo los pusiese en soledad, en escarnio, y en silbo, y en maldición, como este día; 22 y a todos los reyes de Tiro, y a todos los reyes de Sidón, y a todos los reyes de las islas que están de ese lado del mar; 24 y a todos los reyes de Arabia, y a todos los reyes de pueblos, la Arabia que habita en el desierto;