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Actualizado: 13 de junio de 2025
Su pensamiento no estaba en el asunto: teníalo agitado, como siempre, por aquella duda fatal que acibaraba aún más que la dolencia corporal sus míseros días. Con la mirada fija y zahorí del que se acerca a la tumba, atravesaba la hermosa frente de Clementina inclinada sobre el libro y deletreaba confusamente allá dentro sin lograr adquirir la certidumbre que ansiaba.
De los míseros hombres no quedaba, al final de la comida, más que una horrible mezcla, no ya de carnes y huesos machacados, sino de monstruos de toda especie. Los hombres no valen ni la soga para ahorcarles, decía en el idioma armonioso y elegante que le era peculiar. El cura que estaba en la desoladora convicción de no ser una mujer, bajaba la cabeza y parecía lleno de contrición.
El que iba allá abajo, se hacía rico; si alguien lo dudaba, allí estaban para atestiguarlo los principales comerciantes de Valencia, con grandes almacenes, buques de vela y casas suntuosas, que habían pasado la niñez en los míseros lugarejos de la provincia de Teruel guardando reses y comiéndose los codos de hambre.
Los combates y las enfermedades diezmaban a los habitantes. Juan de la Cosa, el sabio piloto autor del primer mapa de las Indias, había muerto atado a un poste por los naturales, erizado de «flechas de hierba», que convirtieron su cuerpo a las pocas horas en una masa de negra putrefacción. En los míseros bohíos del pueblo gemían los conquistadores mal heridos, hambrientos, temblando de calentura.
En esta situación desconsoladora, testigos diarios de los tormentos ó suplicios de sus compañeros, y esperando á cada momento igual suerte, se esforzaban los míseros cautivos, casi todos españoles, en olvidar su desdicha, recordando sin cesar su amada patria, y bailando y divirtiéndose como si estuvieran en ella.
Como por un vergel encantado que se representa en sueños, donde se hunde el pié de trecho en trecho, así discurre la imaginacion por la maravillosa y singular historia de estos tiempos. An-nasir, Al-hakem, Almanzor, poseen para los míseros mozárabes la magia de Circe: alucínanlos con el esplendor de su cultura, y cuando mas desprevenidos estan los aterran con sentencias de muerte.
Si ellos, criados con tajadas y vino de Toro, no pueden contener el empuje de los de Lorío, ¿cómo han de poder estos míseros aldeanos criados con castañas y borona y el suero de la leche? Lo mismo los del llano que vosotros los del monte todos conocemos el gusto de la borona y las castañas replicó Quino. No está bien, Nolo, que te burles de nosotros, pues allá todos te estimamos.
Estos callejones oliendo a polvo y a miseria secular, con su pavimento de islas de pedruscos y mares tortuosos de fango líquido, daban al Rastro gran semejanza con las avenidas angostas y sombrías de un zoco moruno. En la plaza vieron a los vendedores más míseros, con sus puestos de objetos rotos, de una utilidad desconocida.
Palabra del Dia
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