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Oh, mon cher! cantaba Mon Oscar!... estábamos en el avant-scène, con los attachés de la legación turca, y la muy ricotona me cantaba a solo todos los couplets... la sala ardía de envidia!... Yo estaba irreprochable... mis zapatos barnizados, mis guantes amarillos, un sobretodo de cuellos de silkskin... en fin, ¡espléndido!

El príncipe Chlodwig de Hohenlohe fué el encargado del imperio en estas dos últimas ciudades, como lo es ahora en la capital de Francia, ofreciéndosele á Schack el cargo de consejero de legación cerca de este mismo diplomático.

Mi amiga tiene tres hijas casadas: Margarita con un alto empleado de un ministerio; Petronila, con un secretario de legación; y María Inés, con un ingeniero burócrata que nunca vivió en carpa, lo que no le impide discutir, desde la oficina, las obras que otros ejecutan en el campo. Descripta la familia, fácilmente se explican las inquietudes de mi amiga Petrona en este histórico momento político.

Sus maridos, gallegos o gringos, han hecho fortuna como la hicieron los padres o los abuelos de las otras, procedentes también de Europa. No hay entre ellas más diferencia que una generación o dos de vida americana. El origen casi es el mismo. ¡Pero lo que representa socialmente esa diferencia!... Ojeda asintió, recordando la época de su vida pasada en Buenos Aires como secretario de Legación.

A su regreso consiguió Schack un puesto oficial más adecuado á sus inclinaciones, entrando al servicio inmediato del Gran Duque de Meclemburgo, Federico Francisco II, y pasando en seguida, con el cargo de consejero de legación, al consejo de la Dieta de Francfort del Mein, cuyas funciones le dejaban tiempo bastante para consagrarse á sus estudios literarios.

Los graves señores volvieron a evocar por unos momentos a su olvidado compañero. «Hay que hacer algo por el chico de Ojeda.» Y Fernando pasó diez años fuera de España como secretario de Legación, con frecuentes traslados que le hicieron viajar desde las naciones del Norte de Europa a las repúblicas de la América del Sur, siempre acompañado por la protección de los amigos del «malogrado personaje». Pero esta protección se mostraba cada vez más lejana, más tenue, como el recuerdo ya esfumado del grande hombre.

Ya se lo decía yo todos los días: «Andate con cuidado, que Lisandro no llega; se queda no más en el último recodo». El de Petronila está con ella allá, en Europa, en una legación. Si le declaran disponible, se tendrán que venir no más. ¿Y cómo ponen casa? ¿Con qué? Además.

Pronto pasó uno más, cuando ocurrió algo que, si bien hubiera debido preverse, fue muy doloroso para Rafaela. Juan Maury, trasladado por su gobierno con ascenso a una Legación de Europa, tuvo que abandonar a Río de Janeiro.

Y no contento el doctor López con esta novedad, resolvió a los seis meses enviar cerca de su hijo, para secretario de la Legación, a su ya nombrado sobrino Pepito Domínguez. Acertado fue el nombramiento. Ni los más maldicientes hubieran podido calificarle de acto de nepotismo.

Al llegar a la Plaza de los Carros, y al ver la calle de Don Pedro, pensó que no tendría valor para contarle a su amigo sus últimas calaveradas. Subió temblando por la ancha escalera, que estaba aquel día alfombrada y con muchos tiestos, porque la noche antes se había celebrado en la legación, con gran comistraje y mucha fiesta, el aniversario del Emperador.