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Actualizado: 7 de julio de 2025
Leeds, le dijo en tono familiar: Eh, mister, puesto que no hay más que nosotros y no somos indios que se dejan pescar, ¿permite usted que les haga ver la trampa? Ya sabemos que es cuestion de óptica pura, pero como el P. Camorra no quiere convencerse...
Al día siguiente escribía un artículo en que hablaba de ciencias ocultas, del espiritismo, etc.; inmediatamente vino una orden del gobernador eclesiástico suspendiendo las funciones, pero ya Mr Leeds había desaparecido llevándose á Hong Kong su secreto.
¿Dónde están los espejos? preguntó el P. Camorra. Ben Zayb miraba y miraba, palpaba la mesa, levantaba el paño, y se llevaba de cuando en cuando la mano á la frente como para recordar algo. ¿Se le ha perdido algo? preguntó Mr. Leeds. Los espejos, mister, ¿dónde están los espejos? Los de usted no sé donde estarán, los míos los tengo en la Fonda... ¿quiere usted mirarse?
Leeds volvió á colocar el paño sobre la mesa y dirigiéndose á los ilustres curiosos les preguntó: ¿Están ustedes satisfechos? ¿podemos empezar? ¡Anda, que tiene flema! dijo la señora viuda. Pues tomen asiento las señoras y señores y piensen en lo que quieran preguntar. Mr.
Leeds muy complaciente. Y levantando con la mano derecha la caja, recogió con la izquierda el paño descubriendo completamente la mesa, sostenida sobre sus tres piés. Volvió á colocar la caja encima, en el centro, y con mucha gravedad se acercó al público. ¡Aquí le quiero ver! decía Ben Zayb á su vecino; verá usted como se sale con alguna escusa.
Leeds no se lo concediese, levantó el paño y buscó los espejos que esperaba debía haber entre los piés. Ben Zayb soltó una media palabrota, retrocedió, volvió á introducir ambas manos debajo de la mesa agitándolas: se encontraba con el vacío. La mesa tenía tres piés delgados de hierro que se hundían en el suelo. El periodista miró á todas partes como buscando algo.
Eran de un fulgor vivísimo aumentado tal vez por sus ojeras, y como abyssus abyssum invocat, aquellos ojos se fijaron en los profundos y cóncavos del P. Salví que los tenía desmesuradamente abiertos como si viesen algun espectro. El P. Salví se puso á temblar. Esfinge, dijo Mr. Leeds, ¡dile al auditorio quien eres! Reinó un profundo silencio.
Palabra del Dia
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