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Se machaca el pan y los ajos y unos pocos cominos; se deslíe esta pasta con un poco de aceite y caldo de espárragos; mézclese todo y cuézase a fuego lento, sirviéndose en la misma cacerola. LECHUGA. Bien limpia y picada la lechuga se sazona de sal y se pone en una ensaladera, y se sirve con aceite y vinagre. ESCAROLA. Partida y preparada exactamente igual que la anterior, se sirve lo mismo.

El marqués, un tanto serio, empezó a inundar de agua fría la frente y los pulsos del niño; Sabel se acercó, y ayudó también a la aspersión; todo inútil: lo que es por esta vez, Perucho la tenía. Como un pellejo gruñó el abad. Como una cuba murmuró el marqués . A la cama con él en seguida. Que duerma y mañana estará más fresco que una lechuga. Esto no es nada.

Y la cocinera, seguida de muchos ayudantes, fue depositando en la mesa las cinco enormes fuentes con sus correspondientes volátiles. Para acompañarlas, trajo también tres no menos enormes palanganas llenas de ensaladas de lechuga y escarola, que alcanzarían para una comida de cien cubiertos.

Aquí me echó el hombre una ojeada de arriba abajo, de estas que arrebañan a la persona mirada; de éstas que van acompañadas de un gesto particular de los labios; de éstas que no se ven sino entre los majos del país. Nadie es más que yo, don caballero o don lechuga; si no acomoda, dejarlo. ¡Mire usted con lo que se viene el seor levosa!

Todo se vuelve apetecer y rabiar... Hay aquí dentro un fuego que no le deja a uno sosiego... Pero cuando vienen los años y cesa el calor amante y se queda uno fresco como una lechuga, entonces, ¡en grande, mi queridín!... Mira, si me dijesen ahora: «Feliciano, ¿quieres volverte a los veinte años?» ¡Ca! a otro perro con ese hueso. La gran edad del hombre, los cincuenta años. No lo dudes, Gonzalín.

Son exquisitas. ACHICORIAS. Se limpian y cortan, se ponen en agua hirviendo y sal; cuando están cocidas, se sirven con aceite y vinagre y un poco de su caldo. Lo mismo se ponen la lechuga y escarola cuando se quieren cocidas.

Porque Nicolás Rubín no podía dormir si no le ponían delante a punto de las once una ensalada de lechuga o escarola, según el tiempo, bien aliñada, bien meneada, con el indispensable ajito frotado en la ensaladera, y la golosina del apio en su tiempo.

«No» pierda cuidado, don Baldomero. Hágales un buen asado de costillas con ensalada. ¿De pepino? ¿De pepinos, dice?... mejor de lechuga... y unos pollos... pero que sean gordos... ¿Y de empezar?... ¿Es fresca esa ternera fiambre que he visto en el mostrador? Fresca... fresca... fresca... es fresca... Bueno, eso no, amigo Garona... pero usted sabe tener tallarines... Hay de casualidá...

Buenos días, cielito mío, dijo Lorenza. ¿Has dormido bien después de la agitación de anoche? ¡Cuidado que te pusistes chispo, maridito, después de comer! ¿Yo? dijo Maugirón, yo estaba fresco como una lechuga. El que estaba un poco... tocado era Tragomer. ¡Qué cosas nos contó, ese monstruo! Si, hablemos de lo que nos contó... Hizo sus confidencias á Marenval. Á nosotros nos puso en la puerta.

Ansiaba verla, aunque fuese de lejos, y llevada de esta querencia, se llegó a la calle de la Lechuga para atisbar a distancia discreta si la familia estaba en vías de mudanza, o se había mudado ya. ¡Qué a tiempo llegó! Hallábase en la puerta el carro, y los mozos metían trastos en él con la bárbara presteza que emplean en esta operación.