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Actualizado: 26 de junio de 2025


La madre de ella era una mujer vulgar, de cortas luces y de instintos groseros. Adoraba a su hija, pero continuamente y con honda amargura se lamentaba de los sacrificios que por ella hacía, de las privaciones que sufría y de la desconsolada vejez y triste muerte que iba a tener en medio de tanta pobreza.

No diré yo tal, observó el señor de Butrón, recordando en aquel momento otro de los desastres gastronómicos que tanto lamentaba. Los presagios nunca fallan, y si no dígalo todo el ejército del príncipe Eduardo, que allá en el paso de los Pirineos oyó de repente un trueno formidable en medio del día, sin que una sola nube ocultase el azul del cielo.

Alicia parecía sentir el remordimiento del que presencia las últimas horas de un condenado á muerte y tiene que negarle la satisfacción de su postrer capricho. Se lamentaba como la enfermera que no puede dar al moribundo lo que pide entre hipos de agonía. Miguel creyó adivinar el secreto de las últimas entrevistas entre la dama maternal y su ahijado.

Quiso anonadar con una mirada y un bufido á la insolente; pero ésta había bajado los ojos, no pudiendo resistirse á su confusión. ¡La que había tomado por una mendiga era la abuela de la señorita!... Al mismo tiempo lamentaba en su interior las injusticias de la suerte.

Fuí a la sala. Allí estaban mis tías. Después de la presentación con espanto que Angelina no me había engañado. El anciano tenía resuelto llevársela. Lamentaba la separación, porque, al fin, la «muñeca» estaba allí muy bien. Pero hacía falta, hacía falta en la casa cural.

Urquiola ocultó con una sonrisa de superioridad desdeñosa la turbación y desconcierto de su pensamiento ante las palabras del doctor. De aquello no le habían hablado en Deusto ni una palabra, y colérico por lo que consideraba una derrota, deseoso de salir del paso como en sus trabajos electorales, con arrogancias de valiente, lamentaba la presencia de Sánchez Morueta.

Cada vez que la mejicana su atrevía á imitar las fiestas, los carruajes ó los vestidos de la princesa, ésta lamentaba que París no estuviese en Rusia, para llamar al general de la Policía y recordarle el respeto que debe guardarse á las castas superiores.

Todo el mundo sabía que era pobre, y él distaba infinito de ocultarlo, aunque nunca se lamentaba de su pobreza. No adulaba a nadie, pero no hablaba mal de nadie tampoco. Estaba lleno de ingénita benignidad y de natural indulgencia.

Todo lo demás, víveres y ropas, se lo habían llevado el primer día de su llegada para exhibirlo ante el gobierno y guardarlo, finalmente, en los arsenales de la ciudad. Lo primero que procuró fué librar el bote de las amarras puestas por los pigmeos. Lamentaba no tener un simple cortaplumas para terminar más pronto, partiendo los cables que lo tenían sujeto.

Bramaba con bramidos la mar brava, La obscura y triste noche entristecia, Las crines y cabellos erizaba, El alma y corazon amortecia; El sexo femenil que lamentaba, En aprieto y angustia mas ponia, Lágrimas, y sollozos, y gemidos, Suspiros, gritos, llantos, alaridos.

Palabra del Dia

vorsado

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