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No cesaba de ver el brillo de sus lágrimas que un olvido de toda prudencia había hecho correr y permanecía como prosternado en obediencia incondicional, como embrutecido, bajo el imperio de aquella dulzura tan imperiosa, de aquella actitud que me había impuesto sellar para siempre el labio indiscreto que estuvo a punto de causarle tanto mal. Estaba avergonzado de mismo.

Marmontel pretende que allí donde esa palabra tuvo su orígen fué donde nació la poesía. La historia desmiente esta hipótesis: la poesía nació con el hombre, y el idioma rítmico fué el primero que vibró en su lábio balbuciente, como el gorjeo es el primer sonido que sale de la garganta de las aves.

Solía decir el padre Urtazu, adelantando el labio con su acostumbrado visaje: Estamos dormiditos, dormiditos; pero ya yo que no estamos muertecitos... y el día en que nos despertemos... tendrá que ver. Dios quiera que para bien sea.

Coletilla, aunque observaba siempre en la conversación las fórmulas de la etiqueta absolutista, hizo con la mano, fijando el pulgar bajo la barba y agitando los demás dedos, un gesto que el Rey entendió perfectamente. Ya veremos lo que se hace dijo Fernando, significando con una oscilación de su labio que no sería tan blando como en 1814.

Todo era natural hasta tal punto, que si alguna vez traspusieron la imaginación o el labio los límites de lo conveniente, no entendió la pureza el desmán ni pudo recogerlo la malicia.

dijo, hiriendo con su pequeño pie la alfombra y mordiéndose impaciente su grueso labio austriaco ; se conoce que mi esposo... me ama locamente, que adivina mis deseos, que se anticipa á ellos; ciertamente que soy una insensata, cuando me quejo; ¿qué puedo yo desear? ¿Qué reina ha tenido más influencia sobre su esposo?

¡Qué elegantísima Fernanda! exclamó el conde en voz baja, inclinándose con afectación. La bella apenas se dignó sonreír, extendiendo un poco el labio inferior con leve mueca de desdén. ¿Cómo te va, Luis? dijo alargándole la mano con marcada displicencia. No tan bien como a ... pero, en fin, voy pasando. ¿Nada más que pasando?... Lo siento.

Mientras caminaba hacia la Puerta del Sol en compañía de la prendera, con labio balbuciente y seductora timidez le hizo algunas candorosas confidencias sobre su situación y sus proyectos. La señá Rafaela sonreía siempre con extraordinaria complacencia, sorprendida de hallar en estos tiempos miserables un joven de corazón tan sano.

Y por eso en la copa de amargura Que en este trance el seco labio apura, Encuentro algunas gotas de dulzor,

398 Siento que mi pecho tiembla, que se turba mi razón, y de la viguela al son imploro a la alma de un sabio que venga a mover mi labio y alentar mi corazón. 399 Si no llego a treinta y una de fijo en treinta me planto, y esta confianza adelanto porque recibí en mi mismo, con el agua del bautismo, la facultá para el canto.