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Actualizado: 20 de junio de 2025


Otro extranjero tenemos en Sevilla, un tal sir John Burnwood.

Nacidos ambos de la misma raíz, de los juegos escénicos sagrados y profanos de la Edad Media, aparecen en Inglaterra, en el primer cuarto del siglo XVI en las obras de John Heywood , y en España en las de Naharro y Gil Vicente, los albores de una comedia propia y popular.

Dice Carlyle que en una clase de la escuela de gramática de Edimburgo había dos muchachos: «John, siempre, hecho un brinquillo, correcto y ducal; Walter, siempre desarreglado, borrico y tartamudo.

En 1818, después de la guerra europea, reemprendióse esa guerra contra la Naturaleza, la investigación del gran paso, iniciándose con un grave y extraño acontecimiento. El intrépido capitán John Ross, mandado con dos buques á la bahía de Baffin, fué víctima de las fantasmagorías de ese mundo misterioso.

¡Faltan más de seis días! exclamó con desaliento al oír las explicaciones de Ojeda . Hoy es domingo, y no llegaremos hasta el sábado próximo. ¡Qué largo!... Casi una semana para ver a mi John... Y con cierto sobresalto notó Fernando en sus palabras una gran sinceridad amorosa, un deseo vehemente de recién casada que vuelve al lado de su marido después de la primera ausencia.

Ademas de los 29 ó 30,000 obreros que trabajan en Lieja el fierro y el acero, á 15 minutos de allí demora el distrito de Seraing, que en 1820 contaba apénas 2,000 habitantes y hoy tiene mas de 17,000, gracias al inmenso establecimiento fundado por John Cockerill en 1816, el mas vasto que existe en el continente para la explotacion de hulla, las forjas y hornos de fabricacion de hierro y la construccion de máquinas.

Pues aún falta lo mejor continuó Rafael fijando sus miradas en una linda joven, que estaba al lado de la marquesa, viéndola jugar . Sir John está enamorado perdido de mi prima Rita y la ha pedido. Rita, que no sabe absolutamente cómo se pronuncia el monosílabo , le ha dado un no, pelado y recio como un cañonazo. ¿Es posible, Ritita dijo el duque , que hayáis rehusado veinte mil libras de renta?

Pero la niña, examinándolo con curiosidad, profirió de repente un repentino grito de júbilo: ¡Pero mamá, si es John! ¿No le conoces? Es el chino que teníamos en Fiddletown. Los ojos hirientes de Ah-Fe brillaron por un instante con eléctrica conmoción. La niña palmoteó y le agarró por el vestido. El chino exclamó: Yo, John, Ah-Fe, todo es uno. Yo conocer a ti. ¿Qué tal va?

Desdoblándolo cuidadosamente, descubrió por fin dos monedas de oro de a veinte dóllars, que alargó a la señora de Galba. Deja usted dinero encima bluló Fiddletown, yo encontrar monedas. Yo traer a usted en seguida. ¡Pero yo no dejé dinero alguno encima del boureau, John! dijo la obsequiada con sincero asombro. Debe haber equivocación. Serán de otra persona. Llévatelo, John.

Ni objetiva ni subjetivamente puede haber mejoramiento sin cambio del estado precedente. Y, en efecto, la circunstancia que más ha contribuido al adelanto de las sociedades antiguas, es la misma que determina en primer término el progreso de las modernas: lo que John M. Robertson, completando el concepto de Buckle, llama "la variación intelectual".

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