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Actualizado: 4 de junio de 2025
Luego pensó que siempre encontraría en los despachos de bebidas de Salta algún «amigazo» de buena voluntad que quisiera encargarse de los restantes, y emprendió el camino montado en un jaco que por el momento era toda su fortuna.
Que le dejasen a él los otros picadores entendérselas con los de las caballerizas. Nadie conocía mejor la manera de hacer marchar a estas gentes. Avanzaba un criado hacia él tirando de un jaco cabizbajo, con el pelo largo y el costillar en doloroso relieve. ¿Qué traes ahí? decía Potaje encarándose con el contratista . Eso no e de resibo. Eso e una alimaña que no hay quien la monte. ¡Pa tu mare!...
Luego, colocándose la garrocha bajo el brazo, la apoyó en un gran poste empotrado en la pared, picando varias veces con gran esfuerzo, como si tuviera al extremo de la lanza un toro corpulento. El pobre jaco temblaba y doblaba las patas con estos encontronazos. No se regüerve mal... dijo Potaje con tono conciliador . El penco es mejó que yo creía.
El mísero jaco sintió una rabia de cordero en los estremecimientos de su agonía, y mordió la mano del hombre. Este dio un grito, agitó la diestra ensangrentada y apretó el puñal, hasta que el caballo cesó de patalear, quedando con las extremidades rígidas.
Entonces no tengo yo la culpa, sino un maldito cuadrúpedo, un jaco endiablado que invirtió todo el día en traer desde Navalcarnero aquí á mi sobrino postizo; ¡caballo infernal! ¡haber echado para cinco leguas desde el amanecer hasta el anochecer! ¡si ese jaco hubiera andado más de prisa!... ¡si hubiera llegado al medio día!... Lo de vuestra mujer había sucedido antes.
Aún recordaba ella, como si fuera ayer, cuando lo compraron en el mercado de Sagunto, pequeño, sucio, lleno de costras y asquerosidades, como un jaco de desecho. Era alguien de la familia que se iba.
De lejos, estas alas hacían del pobre jaco una caricatura del caballo de las Musas. Los dos orgullos del joven salteño eran su cabalgadura y su nombre. El nombre lo debía á una mestiza sentimental que había estudiado para maestra en la ciudad, llevando al pueblecito de los Andes el producto de sus desordenadas lecturas.
Y sin embargo, se levantaba, extendía los brazos, rascábase el cráneo, recobraba el recio castoreño, perdido en la caída, y volvía a montar en el mismo caballo, que los «monos sabios» incorporaban a fuerza de empellones y varazos. El vistoso jinete hacía trotar al jaco, que arrastraba por la arena sus entrañas, cada vez más largas y pesadas con la agitación del movimiento.
Palabra del Dia
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