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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Tan fragorosos eran los truenos, tan frecuentes los relámpagos, que ambos amantes juzgaron prudente retirarse cada cual a su cuarto, don Juan maldiciendo de Júpiter y de Eolo, y Cristeta, que ignoraba la Mitología, renegando de su mala estrella.
Era tal la belleza de los dos jóvenes Cástor y Pólux, y de su hermana Helena, la del cuello de cisne, segun la pintan los poetas, que los griegos, propensos á materializarlo todo con su risueña mitología, los supusieron hijos del mismo Júpiter.
Pasó un cometa por junto á la última, y se tiráron á él con sus sirvientes y sus instrumentos. Apénas hubiéron andado ciento y cincuenta millones de leguas, se topáron con los satélites de Júpiter.
Déstos, o tales como éstos, quisiera yo que fueran los de mi arbitrio, que, a serlo, Su Majestad se hallara bien servido y ahorrara de mucho gasto, y el Turco se quedara pelando las barbas, y con esto, no quiero quedar en mi casa, pues no me saca el capellán della; y si su Júpiter, como ha dicho el barbero, no lloviere, aquí estoy yo, que lloveré cuando se me antojare.
Por supuesto que mi tío dejaba hacer y jamás demostró celos por aquellos actos de su mujer; tenerlos habría sido tan temerario como si los griegos los hubiesen tenido de Júpiter, cuando el rey del Olimpo hacía sus parrandas nocturnas por sus hogares.
Júpiter entonces convoca y reúne a las divinidades de los mares y de los vientos y con ellas arregla y ordena tan benignamente las cosas que la Infanta puede llegar al puerto de Villafranca, sana, salva y complacida, como llegó en efecto. El lindo y candoroso auto de Gil Vicente se titula Cortes de Júpiter, y fue muy aplaudido por el noble auditorio.
Las luces de la ciudad se reflejaban trémulas en el dormido seno del Adour. ¡Cómo brillan las estrellas! exclamó Lucía. Y tirando repentinamente del brazo a Artegui para que se detuviese: ¿Cuál es preguntó aquella que brilla tanto? Se llama Júpiter. Es un planeta de nuestro sistema. ¡Qué bonita y qué resplandeciente!
¿Pero yo qué he dicho, señor? exclamó el párroco, que se asustó un poco ante la actitud de aquel hombre, en quien reconocía la superioridad moral de un Júpiter eclesiástico.
En este particular don Carlos aprobaba el criterio de doña Camila; precisamente él creía que el Misterio de la Encarnación era como la lluvia de oro de Júpiter; y remontándose más, en virtud de la Mitología comparada, encontraba en la religión de los indios dogmas parecidos. Ana en casa de su padre disponía de pocos libros devotos. Pero en cambio, sabía mucha Mitología, con velos y sin ellos.
¡Has hecho un párrafo que bien podría figurar en un tratado de psicofísica! le dijo Ricardo. Mejor estaría en el libro de tus memorias, cuando las escribas. ¿Tan cierto estás de mi conversión? Como que estoy viendo a Júpiter; fíjate qué maravilla dijo Melchor, señalando al astro. Realmente exclamó Lorenzo; qué bueno sería tener aquí un telescopio para observarlo y ver sus satélites. ¡Ah!
Palabra del Dia
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