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Actualizado: 10 de junio de 2025
Desgraciadamente, doña Victorina estaba allí, doña Victorina que cogía para sí al joven para pedirle noticias de don Tiburcio. Isagani se había encargado de descubrir su escondite valiéndose de los estudiantes que conocía. Ninguno me ha sabido dar razon hasta ahora, respondía y decía la verdad, porque don Tiburcio estaba escondido precisamente en casa del mismo tío del joven, el P. Florentino.
¡A casa, niña, que vas á coger un resfriado! chilló en aquel momento doña Victorina. La voz les trajo á la realidad. Era la hora de volver, y por amabilidad invitaron á Isagani á subir en el coche, invitacion que el joven no se hizo repetir. Como el coche era de Paulita, naturalmente ocuparon el testero doña Victorina y la amiga, y en el banquito los dos enamorados.
Ustedes, por lo que he oido, han tenido anoche una cena, no se escuse usted... ¡Es que yo no me escuso! interrumpió Isagani. Mejor que mejor, eso prueba que usted acepta la consecuencia de sus actos.
El abogado quería aturdir al joven bajo un lujo de palabras y empezó á hablar de leyes, de decretos y tanto habló que en vez de enredar al joven, casi se enredó á sí mismo en un laberinto de citaciones. De ninguna manera queremos ponerle en compromiso, repuso Isagani con mucha calma; ¡líbrenos Dios de molestar en lo más mínimo á las personas cuya vida es tan útil al resto de los filipinos!
Divisó de lejos á su amigo Isagani que, pálido y emocionado, radiante de belleza juvenil, arengaba á unos cuantos condiscípulos levantando la voz como si le importase poco el ser oido de todo el mundo.
Algo tuvo que esperar el joven por haber muchos clientes, pero al fin llegó su turno y pasó al estudio ó bufete como se llama generalmente en Filipinas. Recibióle el abogado con una ligera tosecilla mirándole furtivamente á los piés; no se levantó ni se cuidó de hacerle sentar y siguió escribiendo. Isagani tuvo ocasion de observarle y estudiarle bien.
Nadie les obliga á estudiar; los campos no están cultivados, observó secamente. Sí, que algo les obliga á estudiar, replicó en el mismo tono Isagani mirando cara á cara al dominico.
Cuando el fuego lo caliente, cuando los pequeños ríos que ahora se encuentran diseminados en sus abruptas cuencas, empujados por la fatalidad se reunan en el abismo que los hombres van cavando, contestó Isagani. No, señor Simoun, añadió Basilio tomando un tono de broma.
¡Sí, bajo sus ruinas, sí, Isagani! ¡por Dios, ven! ¡te lo explicaré despues, ven! otro que ha sido más desgraciado que tú y que yo, los ha condenado... ¿Ves esa luz blanca, clara, como luz eléctrica, que parte de la azotea? ¡Es la luz de la muerte! Una lámpara cargada de dinamita, en un comedor minado... ¡estallará y ni una rata se escapará con vida, ven!
Mas en los grupos se nota cierto movimiento, cierta espectacion, é Isagani se interrumpe y palidece. Un coche se ha detenido junto á la puerta: la pareja de caballos blancos es bien conocida. Es el coche de la Paulita Gomez y ella ha saltado ya en tierra, ligera como un ave, sin dar tiempo á que los pícaros le vieran el pié.
Palabra del Dia
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