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Actualizado: 7 de junio de 2025


El recuerdo del millonario y su familia, hizo que el médico y el marino hablasen de la gran transformación de Sánchez Morueta. Muy poco había sabido de él Aresti, después de su encuentro en el monasterio de Loyola. Es otro hombre dijo Iriondo con tristeza. Aquella casa ya no es la misma. Y evitaba dar más detalles, con la prudencia del subordinado fiel que teme ser indiscreto.

No era caso de gravedad: inapetencia, cansancio. Quería abarcar demasiado y los negocios minaban su salud. Es la crisis que él temía pensó el médico. Pero cuando no me llama sus razones tendrá... Debe haber cambiado mucho aquella casa. Y seguía en Gallarta, con el propósito de no visitar á su primo hasta que éste le llamase. Un día, en Bilbao, se encontró en el Arenal con el capitán Iriondo.

Un barómetro enorme, dorado y con vistosos adornos, regalo de Sánchez Morueta, era el único objeto notable y el que más estimaba el capitán, pues, por sus hábitos de hombre de mar, siempre se estaba preocupando del tiempo. Tenía muchas ganas de verte dijo Iriondo, ocupando de nuevo su sitio ante la mesa. ¡Las veces que he pensado en ir á pasar un día en las minas! Allí hay caza ahora, ¿verdad?

Y Aresti entró, al mismo tiempo que el capitán, el Capi como le llamaba Aresti, abandonaba su escritorio avanzando hacia él con los brazos abiertos. Te he conocido con sólo oírte, Luisillo dijo Iriondo con su voz bronca y discordante de hombre enronquecido por la continua humedad y obligado á hacerse oír entre los mugidos del viento y de las olas. ¡Ay, Planeta!... Te encuentro algo aviejado.

Era el capitán Iriondo, vestido con el traje viejo de sus expediciones de caza. Llevaba la escopeta pendiente del hombro, y el perro, junto á él, husmeaba sus manos. ¿Buscas la bronca, eh?... dijo al médico. vienes porque te gustan estas cosas, y yo me voy por no verlas. Se marchaba á cazar chimbos á cualquier parte: le interesaba huir de Bilbao, no ver lo que seguramente ocurriría.

A las dos de la tarde se vió Aresti de nuevo en el coche, camino de Las Arenas con su primo y el capitán Iriondo. Goicochea, invitado también á la comida de familia, había salido antes en el tranvía. no descansas decía el médico á su primo, ¡todos los días Las Arenas á Bilbao! Todos los días.

Tardó algún tiempo en ver á Iriondo, que no pasaba de la puerta. Pepe, ¿qué tienes? dijo el marino con el acento afectuoso de un antiguo camarada. Nada: cosas mías, no te ocupes de .... Vas á llamar al teléfono de las minas y que busquen á mi primo Luis, que le digan que venga en seguida. Pero, hombre, no será tan pronto como quieres. Gallarta está lejos: él tiene sus ocupaciones...

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