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Se la referí a mi tío, aunque ocultándole detalles que pudieran impresionarle demasiado; pero como al fin era montuno el buen señor, perdonóme la temeridad por lo grande del suceso, y tuve al último que contársela con todos sus pormenores. Se entusiasmó de verdad. Puestas ya las cosas tan arriba, invité, con su permiso, a Pito Salces a que comiera aquel día con su camarada.

Además, puedo encontrarme con Muñoz y esto sería desagradable. Yo pienso ceder mi butaca a Fernando para que él invite a otro amigo, o puedo dártela a ti... ¡Pero si yo estoy muy bien en el palco nuestro! Para que la regales, Charito. No me interrumpas.

Lo invité a cenar y a pasar la noche con nosotros, puesto que su jornada había concluido también. Al alba nos separaríamos y yo le daría cartas para mi tierra.

Según mi modo de ver, una mujer que no es algo coqueta no es una mujer. Pues entonces trataré de serlo. Señorita de Lavalle dijo el cura levantándose, pasemos al salón. ¡Bah! pensé, ya está enojado el cura. Sin embargo, no he dicho nada malo. La lluvia había cesado, las nubes se habían dispersado e invité a Pablo a dar un paseo por el jardín.

Le invité a tomar cualquier cosa; pero él me dijo que, si quería pagarle algo, prefería llevarlo a casa. Le di dos o tres pesetas y el hombre se largó corriendo. Mi aburrimiento y mi desesperación se iban fundiendo en una niebla melancólica que se apoderaba de mi cerebro. El capitán de la Vertrowen y yo estuvimos mirándonos sin hablarnos. De pronto nos decidimos a marcharnos.

Juan Ruiz vino a con el semblante risueño y me dio un cordial apretón de manos. Comprendí que se sentía muy honrado con la amistad de un hombre tan eminente y lleno de gratitud por mi galante invitación. Respiré con un placer como no volví a respirar en mi vida, y le invité a beber con mis amigos Villa, Olóriz y Eduardito un chato en casa de Juanito, allí cerca.

Aquel día, sin embargo, hubiera querido dar un rodeo para saborear mi contento, pero esos excesos no están en el programa e invité a mi alegría a no salirse del camino recto. ¿Y sabe usted, señor cura, por qué estaba yo tan alegre?... Porque Máximo de Cosmes ha dicho que soy bonita... ¡Qué horrible vanidad! Y por mucho que trato de ruborizarme de vergüenza, la verdad es que estoy contenta.

A los pocos pasos encontré a Urbano González Serrano, conocido seguramente de todos mis lectores, y le invité a venir conmigo, lo que aceptó con gusto.