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Una estrella de la política francesa, que alboreaba justamente en el ocaso de ésta española, trazó en pocos rasgos, con alguna pasión y poca exactitud, juicio que agregar al de los coetáneos lord Cecil, de Inglaterra; Villeroy, de Francia; el Conde de Miranda y el Comendador mayor de León, de España.

Pero había para Ester Prynne una vida más real en la Nueva Inglaterra, que no en la región desconocida donde se había establecido Perla. Su culpa la cometió en la Nueva Inglaterra: aquí fué donde padeció; y aquí donde tenía aún que hacer penitencia.

El período en que se extendieron por el extranjero las representaciones de comedias por compañías de cómicos españoles, especialmente en Italia, Inglaterra y Francia, así como mayor número de traducciones é imitaciones de obras dramáticas castellanas, comienza en el segundo tercio del siglo XVII, aunque hayan de ser muy anteriores á esta fecha las primeras que se hicieron.

Óigame aún durante un minuto. Tengo que dar á usted algunos datos complementarios. En primer lugar Jenny no está ya en América, sino en Inglaterra. ¡En Inglaterra! ¿Está cantando? Está en Londres, en el Princess-Theâtre. Lo he leído estos días en los periódicos.

El dueño de aquella casa era don Gaspar Villarroel, caballero viudo, riquísimo propietario de haciendas en casi todas las regiones de España, accionista del Banco, tenedor de sumas enormes en dollars norteamericanos, en cuatros de la Deuda francesa y en treses de la de Inglaterra: y aquellas sombrillas olvidadas, las labores que por las ventanas se veían y los cantares llenos de poesía eran de Helena, su hija única, de veinte años, que andando el tiempo había de ser muchas veces millonaria.

El protantestismo y las libertades públicas aseguradas en las dos revoluciones del siglo XVII. Si ellas le han dado al pueblo la vida civil y la moralidad con la conciencia del derecho, el protestantismo ha fundado en Inglaterra el reinado de la razon, del libre exámen, de la veneracion profunda, sin los atavíos de la supersticion y de la idolatría moderna.

Y una vez hecha justicia, dijo Don Pedro de Castilla, uniremos las fuerzas de Inglaterra, Aquitania y España y mucho sería que de tal unión no resultasen magnas consecuencias. Por ejemplo, agregó el príncipe Eduardo con evidente entusiasmo, completar para siempre la expulsión de los infieles del territorio de Europa.

El primero el de la propuesta de un convenio nuevo que envió al Conde de Essex al darle cuenta de los disgustos que había sufrido; consistía: 1.º, en la completa seguridad de la persona que en lo sucesivo se encargara de llevar las cartas; 2.º, que reuniendo el Conde todas las que tenía en su poder y las que poseía Bacon, las quemaría, sin lástima de las bellezas literarias, avisándole de su propia mano estar cumplida la destrucción; 3.º, que había de asegurarle haría lo mismo con todas las cartas sucesivas, sin mostrarlas á nadie más que á la Reina; 4.º, que si por resultado de la correspondencia, contra lo que podía suponerse, llegaba á perder la situación que tenía en Francia, volvería á tomarle el Conde bajo su protección en Inglaterra.

Pero ni aun así la compramos. A pesar de tan gran sacrificio, fuimos arrastrados a la guerra. Inglaterra nos obligó a ello, apresando inoportunamente cuatro fragatas que venían de América cargadas de caudales. Después de aquel acto de piratería, la Corte de Madrid no tuvo más remedio que echarse en brazos de Napoleón, el cual no deseaba otra cosa.

Si la instrucción prepara á la virtud, es impotente por sola para producirla: ella necesita por auxiliares la libertad, la justicia y el trabajo. La beneficencia no es mas que un bálsamo: alivia ó cálmalos dolores, pero deja subsistir el mal. He ahí lo que ha sucedido en Inglaterra.