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Servíalo Adela, una muchacha remilgada y no mal parecida, que imitaba a sus señoritas en el peinado, afectando un aire de aristócrata caída en la desgracia. Don Juan, a fuer de mirar el servicio, que era de porcelana antigua, y compararlo con otro más rico arrinconado en su casa, acabó por fijarse en la criadita.

Pues yo más que todos ustedes vociferó un pollo que imitaba a Zamacois, a Luján, a Romea, el sobrino, a todos los actores cómicos de Madrid, donde acababa de licenciarse en Medicina.

El príncipe sonrió al ver cómo imitaba las palabras y gestos de las dos señoras. Clorinda es americana continuó Castro , pero americana del Sur, de una pequeña República donde sus padres, abuelos y bisabuelos han sido presidentes, hombres de guerra y padres de la patria. Su generalato no es sin fundamento.

Pepita imitaba la estratagema inocente de muchas de sus compañeras cuando no querían asistir á las reuniones de las Hijas de María. En el salón del colegio había un gran cuadro con los nombres de las congregantas y al lado de cada uno de ellos, un cordoncito azul con una pequeña bola de marfil.

También conoció al banquero, hombre de mediana edad, completamente afeitado y con la cabeza canosa, que imitaba el aspecto y los gestos de los hombres de negocios norteamericanos. Robledo, contemplándole, se acordaba de él mismo cuando vivía en Buenos Aires y había de pagar al día siguiente una letra, no teniendo reunida aún la cantidad necesaria.

El recipiente lo figuraba una granada, grande como la cabeza de un hombre, algo rajada, dejando ver los granos del interior, figurados por enormes cornalinas. La corteza era de oro oxidado é imitaba perfectamente hasta las rugosidades de la fruta.

Don Alonso la había comprado a un capitán de galeras; y, cuando el hidalgo regresaba de la Corte, era ella quien le llevaba al lecho, todas las noches, el cocimiento aromatizado para dormir. Beatriz pidió su libro de devoción, para meditar, a su modo, el Misterio del día, mientras la aderezaban la lacia cabellera, cuya negrura imitaba a trechos la morada vislumbre del palisandro.

Dos hombres apoyados uno en otro marchaban invisibles bajo un caparazón que imitaba el pellejo coriáceo de un elefante, moviendo entre las mesas la trompa serpentina del monstruo y sus orejas de abanico.

En la calleja de Traslacerca les esperaba Ronzal. La mañana estaba fría y la helada sobre la hierba imitaba una somera nevada. En la carretera de Santianes les esperaba un coche; dentro de él estaba Benítez, el médico de Ana. Al verle don Víctor palideció, pero en nada más se pudo notar su emoción. Llegaron, sin hablar apenas durante el viaje, a las tapias del Vivero.

No le imitaba en el vestir, ni en las maneras, porque discretamente, al notar algunos conatos de ello, don Álvaro le había hecho comprender que tales imitaciones eran ridículas y cursis. Burlándose de Trabuco había apartado a Paco, que tenía instintos de verdadero elegante, de tales propósitos.