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Actualizado: 27 de junio de 2025


Ver á unos infieles instruídos pocos días antes en las cosas de nuestra santa fe, y aún no reengendrados en las santas aguas del bautismo ser ya predicadores del Evangelio; y una nación que no mucho antes había respiraba sólo fiereza, verla con una mudanza propia de la diestra del Altísimo, humillada á los piés de Cristo; de lo cual no pudo contenerse el venerable Padre sin prorrumpir en un llanto tiernísimo, todo de alegría, y no cesaba de dar mil gracias á Dios con tanto mayor fervor cuanto aquel beneficio había sido más fuera de toda esperanza.

Al fin entró por su hermano. La nave del templo era toda sombras, en cuyo fondo ardían unas cuantas velas, sin que las llamas lograran disipar la oscuridad. A la izquierda, al pie de un altar, estaba Tirso hincado de rodillas, juntas las manos sobre el pecho y muy humillada la cabeza. Como Pepe no tenía costumbre de verle, le fue preciso adelantar bastante para cerciorarse de que era él.

La viveza cruel de su imaginación le representaba del modo más exagerado el infortunio que presentía. Soñaba que su hija estaba en la desnudez, sin hogar, humillada y empleada en los más viles menesteres, y ella nadando en la opulencia y sin poder acudir en su auxilio. ¿Cómo darle algo sin que lo supiese el Conde?

No hace más que llorar y pedirle celos.... ¡Qué más quiere ese monigotillo que verla humillada!... Si yo estuviera en su caso ¡ya le diría!... Le ponía en seguidita un armatoste en la cabeza que no cabía por esa puerta. La exaltación de su espíritu no le impedía engullir lindamente. Dios te lo pague, hija concluyó por decir levantándose . A ver si este corazón se está quieto un rato.

... ¿No sufrís por él?... Sufro, ... sufro una humillación que no he buscado, á la que no le he dado lugar, porque no le he dado esperanzas de ningún género. Os sentís humillada... luego amáis.

Sus antiguos criados en carruaje, ensuciándola con el polvo de las ruedas, y ella, la hija de un millonario, la viuda del doctor Pajares, a pie y humillada por unas gentes a las que siempre había tratado con cierto desprecio. Jamás había imaginado que pudiera ocurrir aquello. Agobiada por las deudas, esperaba la caída, pero no tan honda y lastimosa para su dignidad.

Estaba de Dios que la desgraciada reina de Escocia había de ser humillada siempre. Primero lo fué por su tía Isabel de Inglaterra. Ahora la reina Margarita la ponía sin miramientos de patitas en la calle. Donde encontró a su venerable amiga dentro ya del coche. Al ver el comienzo de la escena pasada se había escabullido prudentemente. Antes que partiesen, el marqués de Dávalos se juntó a ellas.

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