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Actualizado: 27 de junio de 2025
Vea usted esos cuatro ventiladores que la rodean como si fuesen su pollada: cuatro trombones amarillos, con la boca pintada de rojo, por los que podríamos colarnos los dos a la vez. Llevan el aire a las profundidades de las máquinas y los hornos. Digamos que son las ojivas que ventilan esta catedral de acero y hulla.
Avanzaron por la llanura negra y rojiza, cubierta de polvo de hulla y de residuos de mineral. A cada paso tropezaban con rieles que formaban una complicada telaraña de vías férreas. Sanabre enumeraba todos los medios de comunicación que convertían el establecimiento en una red complicada, con numerosas agujas y plataformas movibles, para los cambios de vía.
El tanque, que contenía una tonelada de combustible, salía de las entrañas del barco, se remontaba hasta la punta del puente aéreo y, deslizándose con incesante chirrido, entraba tierra adentro para vomitar su contenido en una de las varias montañas de hulla que se interponían entre aquella parte del establecimiento y la ría.
En la ría, junto á las grúas que funcionaban incesantemente, dormían los vapores, con el casco invisible tras la riba, mostrando por encima de ella las chimeneas y los mástiles. Subían de sus entrañas los grandes tanques de hierro cargados de hulla inglesa y, deslizándose por los rails aéreos, iban á volcar el negro mineral en las enormes montañas de las fábricas.
Los pies se movían como en una playa crujiente sobre la hulla desmenuzada. Un sabor de humo y de grasa descendía por las gargantas. Volvieron a las máquinas, y junto a ellas escucharon las explicaciones del guía. En las entradas y salidas de los puertos, en todo momento difícil, el primer ingeniero se colocaba en una galería alta, lo mismo que el comandante del buque tomaba su sitio en el puente.
Así que cerraba la noche, una turba de merodeadores saqueaba las orillas, llevándose todo lo que estaba suelto en barcas y edificios. El ingeniero mostraba con orgullo la gran sala de los motores, que aprovechaban el gas de la hulla, al que antes no se daba aplicación. Aquello era obra suya y proporcionaba á la casa, sin nuevos gastos, una fuerza de más de dos mil caballos.
En unos lugares percibían sus pies la frescura de la humedad; en otros aplastaban como arena crujiente el polvo diamantino de la hulla. De pronto, percibían en sus cabezas un torbellino glacial, inesperado, que cosquilleaba las narices con la picazón del estornudo y parecía querer arrebatarles las gorras.
Palabra del Dia
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