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¡Decir que yo maltrato a mi hija, porque quiere hacerse monja! seguía exclamando por lo bajo Osuna, mientras ayudaba a la huéspeda. ¡Canalla, más que canalla! Señor Osuna, dispénseme usted... Yo lo creía así dijo el sacerdote. Bueno, bueno. Ya se arreglará esa cuestión en Peñascosa profirió D. Martín con su energía característica. Ahora, ¡largo de aquí!... ¡largo!

Después que solté el equipaje en manos de una criada que se presentó al reclamo de mi diminuta huéspeda, me condujo, sin subir escaleras, a una cámara bastante capaz y medianamente amueblada, que tenía ventana con rejas a la calle. ¿Le gusta a usted ésta?

No contaba con la huéspeda, es decir, con el inglés, quien, saliendo de su habitual pachorra, al averiguar los malos designios que se traía el socio, allí mismo le dijo cuántas son cinco, y armó el gran escándalo.

Y lo que más es de notar es que nunca nos enamoramos sino de pane lucrando, que veda la orden damas melindrosas, por lindas que sean, y así, siempre andamos en recuesta con una bodegonera por la comida, con la huéspeda por la posada, con la que abre los cuellos por los que trae el hombre.

Por la noche fue Maximiliano al hotel de Feliciana, tercer piso en la calle de Pelayo, y al entrar, lo primero que vio... Es que junto a la puerta de entrada había un cuartito pequeño, que era donde moraba la huéspeda, y esta salía de su escondrijo cuando Rubín entraba.

Me detuve en Madrid quince días, y aunque no me apartaba casi nunca de mi esposa, como era natural, tuve ocasión para dejarla en la fonda una noche charlando con otra huéspeda y me fui a saludar a mis amigos, los poetas dramáticos del Oriental. Recibiéronme con una indiferencia que me heló el corazón.

Pero cuando dijo el Corregidor a Costanza que entrase también en el coche, se le anubló el corazón, y ella y la huéspeda se asieron una a otra, y comenzaron a hacer tan amargo llanto que quebraba los corazones de cuantos le escuchaban.

No me atrevía a sacar ninguna; pero la patrona que tenía en Santiago me convenció de que, atando un bramante a la muela y sujetándolo por el otro cabo al techo, poco a poco iba saliendo sin dolor. Me senté en una silla, ¿sabe usted? y cuando ya la muela estaba bien amarrada, la huéspeda tira de la silla y me deja colgando. ¡Claro, no tenía más remedio que saltar!...

Salí de Manila y, a Dios gracias, hice una dichosa navegación. Tres días ha que estoy en Cádiz, bastante más fuerte ya. Pasado mañana salgo de aquí en el ferro-carril para esa villa. Expresiones cariñosas a los primos, primas, amigos y demás parientes, y a su huéspeda de V. la señorita doña Luz. Le quiere a V. mucho y desea abrazarle, su afectísimo sobrino».

El diablo me lleve si en aquel momento tenía yo resolución hecha de conducir a término plan alguno relacionado con la aprobación de nuestros cálculos; y, sin embargo, la duda surgida de repente en presencia de la «huéspeda» misma, me contrarió muchísimo.