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El cuarto de Clara tenía el usufructo de un rayo de luz desde las once á las once y media, hora en que pasaba á iluminar las regiones tropicales del tercer piso. Aquel rayo de luz no traía nunca colores, ni paisaje, ni horizonte, ni alegría. El patio era un recinto populoso, el centro de un enjambre humano.

Con amor se podía vivir donde quiera, como quiera, sin pensar más que en el amor mismo...; pero sin él... volverían los fantasmas negros que ella a veces sentía rebullir allá en el fondo de su cabeza, como si asomaran en un horizonte muy lejano, cual primeras sombras de una noche eterna, vacía, espantosa.

La escena era enteramente distinta de la que nos había ofrecido el golfo de Algecíras. En la bahía de Cádiz el horizonte no tenia límites, y habia en todo lo que los ojos podían contemplar un maravilloso conjunto de majestad en lo inmenso, de gracia y vitalidad en los pormenores y de grandes recuerdos en el variado aspecto del panorama.

Cuando mis labios se posaron sobre aquella mano aún tibia y húmeda por las lágrimas, me pareció que una languidez mortal corría por mis venas. Margarita volvió la cabeza, arrojó una mirada sobre el sombrío horizonte; luego, descendiendo lentamente las gradas: Partamos, dijo.

Elena miraba pasar por la ventanilla las estaciones y los pueblos con una emoción que parecía sufrimiento. ¿Llegamos pronto a París? preguntaba ansiosa. Todavía no; yo la advertiré a usted. ¡Ahí está París! exclamó al ver la inmensa extensión de casas y monumentos que surgía en el horizonte. Y se puso muy pálida.

A pesar de la densa y casi impenetrable obscuridad, sintieron que se hallaban en una grande altura; que los cerros, por medio de los cuales habían caminado, quedaban atrás; que a un lado y a otro se les abría despejado, extenso horizonte; y que, delante de ellos, o descendía la senda, con inclinación que la hacía intransitable para hombres y para bestias de carga, o se convertía en despeñadero o abismo.

¡Me decía eso y me creía casi justificada, aun ante mi propia conciencia, ciega de ! Y el crepúsculo volvió: el sol poniente abrasó una vez más el horizonte por encima de la ciudad, arrojando por las ventanas, a las habitaciones, su luz rojiza.

La ciudad, en misma, tiene un aspecto sumamente triste, sobre todo para aquellos que hemos nacido en las llanuras y que no podemos habituarnos a vivir rodeados de montañas que limitan el horizonte en todos sentidos y parecen enrarecer el aire.

Su horizonte es tan estrecho como su condición, sus propósitos tan limitados como sus medios. El duelo continuo que sostienen con la mar, influye en el temple de su voluntad mucho más que en el calor de su fantasía. Su vida y su muerte tienen una simplicidad heroica, tanto más grande cuanto menos buscadora del efecto y menos sabedora de misma.

Las obras de este poeta, como se nota en general en la poesía dramática española, apareciendo como carácter suyo peculiar, nos descubren un horizonte poético completamente nuevo.