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Actualizado: 12 de junio de 2025


Me veo obligado a confesar que, después de una traducción muy libre, me encontré en grave aprieto para llevar a inmediata ejecución el mensaje que se me dirigía. Por sabios y juiciosos que fuesen los citados adagios, me quedé, como vulgarmente se dice, en ayunas, respecto a lo que quería indicarme Hop-Sing, el más sombrío de todos los humoristas, como buen filósofo chino.

Se trataba de una visita al almacén de Hop-Sing, la apertura y exposición de algunas raras curiosidades y novedades chinas, una sesión en el despacho posterior de la casa, una taza de te, de bondad desconocida fuera de estos sagrados lugares, cigarros y una visita al teatro o templo budhista.

Al abrir la carta de Hop-Sing, revoloteó hacia el suelo una tira de papel amarillo, que a primera vista me figuré cándidamente que sería la etiqueta de un paquete de sorpresas chinas, tantas eran las figuras y jeroglíficos que contenía.

»El maestro dio estas dos sentencias: »La hospitalidad es la virtud del hijo y la sabiduría de los padres. »El cuerdo es tierno de corazón; después de recogida la cosecha, celebra una fiesta. »Si ves al forastero en tu cercado de melones, no le observes muy de cerca; dejar de atender es, a menudo, la más alta forma de sabiduría. »Felicidad, paz y prosperidad. Hop-Sing

No llevaba sello alguno de correo y el sobre estaba algo sucio, pero no me fue difícil reconocer la letra de Hop-Sing, mi antiguo amigo. Abrilo apresuradamente y leí lo siguiente: «Distinguido amigo: No si el dador le convendrá para el cargo de diablo en su diario; si esta plaza no es puramente del oficio, creo que reúne todas las cualidades apetecibles.

Lo que ustedes quieran, señores replicó Hop-Sing, haciendo una cortés reverencia. Nació aquí; ustedes son sus padrinos. Por aquella época en que corría el año 1856, dos particularidades caracterizaban a la sociedad californiana. Estar pronta a comprender una indirecta y manifestarse generosa hasta la prodigalidad en cualquier llamamiento altruista.

Momentos después, volvió con un niño chino, listo en apariencia, cuyo aspecto inteligente me hizo tan buena impresión que lo contraté en seguida. Cuando estuvo cerrado el trato, le pregunté su nombre. De-Hinchú dijo el muchacho. Pero, ¿eres el niño enviado por Hop-Sing? ¿Cómo diablos no has venido hasta ahora? ¿Cómo has entregado la carta? De-Hinchú me miró con una sonrisa.

En efecto, éste era el programa favorito de Hop-Sing, cuando estaba en el ejercicio de su hospitalidad, como agente principal o superintendente de la Compañía Ning-Fu. El día prefijado y a las ocho en punto entraba en el almacén de Hop-Sing.

Palabra del Dia

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