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Actualizado: 17 de junio de 2025
En seguida, dejando a su derecha el caserío de Urquilezo, bajaron a la carrera hasta la hondonada, y sin detenerse un momento emprendieron de frente la subida hacia las líneas de defensa, mientras la banda de cornetas tocaba paso de ataque.
Y la verdad es que tenían razón. En esto apareció ante nuestros ojos Salamanca, surgiendo de la hondonada en que se asienta á la orilla derecha del Tormes.
De hondonada en hondonada, y caminando siempre entre una salvaje y exuberante vegetación, entre la que de trecho en trecho se elevaba alguna que otra casita, morada de sementereros ó abrigo de viajeros, llegamos á la altura del puente de la Princesa, en la que un fuerte olor á huevos podridos nos indicó la presencia en aquellas cercanías de algún manantial sulfuroso.
El caso era rodear poco y llegar cuanto antes, según él decía, mientras dejaba yo en cuarentena la sinceridad de su afirmación, que bien pudiera ser encubridora de antojos irresistibles de un montañés tan castizo como Neluco. Porque es lo cierto que no subíamos a una altura ni bajábamos a una hondonada sin que el médico hiciera ardorosos panegíricos de lo que se veía desde arriba o desde abajo.
No sólo habían de defenderse de la hondonada invisible, de la mandíbula del saurio y el colmillo del reptil: el guía, el indio que marchaba a su lado, era un enigma inquietante. Imposible adivinar la verdad en la mueca servil de su mascarón cobrizo.
Se detuvo al notar que este jinete minúsculo, como si la hubiese reconocido, se echaba cuesta abajo, galopando hacia ella. Dejó de verlo algún tiempo y luego reapareció, considerablemente agrandado, en el borde de una hondonada próxima. Al convencerse de que era Watson, el primer impulso de ella fué huir.
Al otro lado de una hondonada volvía á subir y se perdía en un bosquecillo, entre cuyos primeros árboles desaparecía en aquel momento la retaguardia de la columna. El jinete pasó junto á ésta sin detenerse y empezó á subir la cuesta en cuya cima estaban el barón y sus servidores, hostigando incesantemente á su caballo con espuela y látigo.
En la cara inferior de ciertas plantas se veía una tenue capa de azufre sublimado, los indicios de alumbre apenas se notaban; en una hondonada se había reunido caolín, que se emplea para enlucidos.
Pero estaba situado en una hondonada tranquila y poblada de bosques, a una buena hora de todo camino para jinetes, en un sitio a que no podían llegar ni los toques del cuerno de la diligencia, ni los ecos de la opinión pública.
Una tarde, sentado sobre una peña en la hondonada que corre entre el Convento de la Encarnación y los muros de la ciudad, Ramiro, dejaba rodar sus pensamientos. Aquel sitio único exaltaba su alma, haciéndole escuchar, en su ilusión, gritos de guerra, suspiros de éxtasis. Jubilosa coloración de oro húmedo brillaba en las colinas.
Palabra del Dia
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