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Actualizado: 22 de julio de 2025


Cada español aficionado a la pintura, tiene sus trozos favoritos en el conjunto de las obras de Velázquez: yo, reconociendo la mayor importancia de las grandes composiciones como las Hilanderas y las Meninas, confieso que siento particular afición a esa cuadrilla de payasos tristes, que no me parecen retratos independientes, sino figuras de un mismo cuadro, actores de un mismo drama que por su voluntad se han separado para pensar a solas, pero que pueden reunirse cuando quieran.

Aquello mismo que distingue y caracteriza a Velázquez, es lo que ahora se ansía con mayor empeño: la sinceridad en la expresión del sentimiento, la sencillez en la ejecución, la exactitud en la relación de valores por el estudio de la luz y el aire; precisamente todas las cualidades que nos suspenden y entusiasman ante Las Hilanderas y Las Meninas.

Con otra escena tan natural y sencilla como la representada en las Hilanderas creó Velázquez una maravilla mayor: Las Meninas . El origen y momento, si así puede decirse, del cuadro es fácil de reconstruir.

A diéronme la vida unas mujercillas hilanderas de algodón, que hacían bonetes y vivían par de nosotros, con las cuales yo tuve vecindad y conocimiento; que de la laceria que les traían me daban alguna cosilla, con la cual muy pasado me pasaba. Y no tenía tanta lástima de como del lastimado de mi amo, que en ocho días maldito el bocado que comió.

Cuadros mitológicos: «Mercurio y Argos». «Marte». La «Venus» de la colección Morritt. «Menipo». «Esopo». «Las Hilanderas». «Las Meninas». Cuadros religiosos: «La Coronación de la Virgen». «Visita de San Antonio a San Pablo». Viaje de Velázquez a la frontera de Francia. Su enfermedad y muerte El estilo de Velázquez. Influencia ejercida en él por las obras de el Greco.

Por los ribazos laterales, con un brazo en la cesta y el otro balanceante, pasaban los interminables cordones de cigarreras é hilanderas de seda, toda la virginidad de la huerta, que iban á trabajar en las fábricas, dejando con el revoloteo de sus faldas una estela de castidad ruda y áspera. Esparcíase por los campos la bendición de Dios.

Y aquí paró en seco. Hasta le pareció á Roseta que se mordía nerviosamente la lengua para castigarla por su atrevimiento, y se pellizcaba en los sobacos por haber ido tan lejos. Caminaron mucho rato en silencio. La muchacha no contestaba; seguía su marcha con el contoneo airoso de las hilanderas, la cesta en la cadera izquierda y el brazo derecho cortando el aire con un vaivén de péndulo.

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