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Ellos no conocen nada del encadenamiento que une la Teoría de la ciencia de Fichte, el Sistema del idealismo trascendental de Schelling, la Fenomenología y la Lógica de Hegel, la Metafísica de Herbart, con la Crítica de Kant.... «Puede decirse en particular que los ingleses y los franceses no entenderán nada el desarrollo de la filosofía alemana despues de Kant, hasta que habrán penetrado la Crítica de la razon pura, porque nosotros los alemanes dirigimos siempre allí nuestras miradas.... »Así como para orientarse en el laberinto de las calles de una gran ciudad, sirven las casas, los palacios, los templos, pero mas aun las torres que lo dominan todo; así en la filosofía contemporánea, en el enredo de sus querellas, no se puede dar un solo paso seguro, si no se tiene fija la vista sobre la Crítica de Kant.

Lo extenso es esencialmente múltiplo; siempre lleva consigo la distincion entre sus partes; siempre se puede hacer el juicio negativo, «la parte A no es la parte B.» El panteismo no puede deshacerse de este argumento sino salvándose en el idealismo puro; y en este concepto tal vez Fichte y Hegel han sido mas lógicos de lo que algunos creen.

Podrán también perjudicarte excitando tu amor propio y haciéndote pensar que eres genio o estás cerca de serlo, con lo cual es probable que te pongas en ridículo. Para ser genio se requieren los 100 grados bien cubiertos, y aun así, el genio suele quedar latente si el hado propicio no le saca a relucir. Entonces aparecen Cervantes, Newton, Shakespeare, Hegel y otros tales.

Por donde yo infiero que el tal progreso substancial y personal, por cuya virtud ha de aparecer pronto el superhombre sobre la faz de nuestro planeta, no ha dado paso alguno desde hace por lo menos cerca de treinta siglos. ¿Cómo he de poner yo en duda que Hegel sabía más química, astronomía, zoología, mecánica, historia, etc., que el propio Aristóteles?

Aunque ya lo he dicho, repito ahora que, en mi sentir, Alejandro vale más que Napoleón y Aristóteles más que Hegel, Píndaro o Isaías más que Víctor Hugo, y Fidias y Praxíteles más que Canova y Thorvaldsen. En todo esto hay negación de progreso. El superhombre era más superhombre hace dos mil o tres mil años que en el día.

El soldado licenciado, de retorno a su casa, ha solido traer algún ejemplar del Citador; los periódicos se leen, y no todos son piadosos; y por último, no falta estudiante que vuelve de la universidad inficionado de Krause y hasta de Hegel, y que echa discursos a los rústicos, a ver si los hace panteistas y egoteistas.

Admitido el mundo de las ideas, no hay sino declarar que todo es a un tiempo real e ideal, según se mire, sin que para esto sea preciso ahondar mucho en el sistema de Platón ni en el de Hegel.

Sobre el deslumbrante hechizo de todo nuevo sistema, desde Kant hasta Hegel, puso Goethe su alto espíritu crítico, su juicioso escepticismo un mal llamado sentido común, porque más bien era raro y exquisito, ciertas teorías leibnizianas, y un arraigado sentimiento religioso que jamás lo abandonó en época de tanta incredulidad, y de tanta fermentación y florecimiento de metafísicas nuevas.

Napoleón, por ejemplo, no vale más que Alejandro el Grande; pero Napoleón tiene cañones y otros medios de guerrear que Alejandro no tenía. Ni Kant ni Hegel valen tanto como Aristóteles; pero Aristóteles no poseía ni la vigésima parte de datos científicos que Kant y Hegel. Harto se comprende así en qué sentido y hasta qué punto el progreso es indudable.

Y sin embargo, con ser Hegel tan original y poderoso pensador, y con tener una tan fecunda y constructora fantasía y un vigor tan sublime para sintetizarlo todo armónicamente, combinando lo real y lo ideal y encerrándolo dentro de su idea, que eternamente se desenvuelve, todavía me parece Hegel pequeño cuando acerco la imagen que de él concibo a la imagen colosal con que se representa en mi mente el prodigioso maestro del magno Alejandro.