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A me lo ha exigido varias veces, y siempre me han costado muy caros los conjuros; porque, según me afirman, no debí hacerlos nunca por intermediarios. Me he convencido de que esto es verdad, y estoy resuelta a cambiar de sistema, recorriendo esos trámites por misma cuando sean de necesidad.

Si yo me dedicara en Madrid a hacer sillas, mis paisanos creerían que las hacía para conseguir una cartera. Hago artículos, y no se imaginan que pueda hacerlos más que para trabajar mi nombramiento. En Galicia se admite el que uno sea original, pero no hasta el punto de ir a Madrid para no volver de ministro... Y, probablemente, mis paisanos tienen razón.

Me pasó lo que a los gastrónomos: principian por gustar de los buenos platillos, y acaban por invadir la cocina y preparar ellos mismos los guisos predilectos. A fuerza de leer versos me dió por hacerlos. Malísimos salieron los míos, a juzgar por lo que dijo de ciertos sonetos un periódico villaverdino.

Con un poco de aquel dinero que yo derrochaba en otro tiempo hubiera sido fácil aligerar un tanto el peso de su miseria y hacerlos felices. Resolví entonces, si alguna vez salía de mi prisión, consagrarme á los desgraciados en recuerdo de lo que yo había sufrido.

Pero es verdaderamente curioso que los espíritus timoratos y débiles son precisamente los menos capaces de guardar un secreto. Parece natural que el temor a comprometerse debía hacerlos más reservados. La psicología humana es tan complicada, que ocurre justamente lo contrario. Un espíritu fuerte, resuelto, exento de temores, guarda mejor un secreto que un espíritu pusilánime y medroso.

Ademas de que, de Yaguarey á Igurey hay tan poca distancia y tanta identidad, que puede y debe tenerse por yerro del que copió los tratados ó el mapa que se tuvo presente para hacerlos. En efecto, es fácil conocer que la voz Igurey está alterada y corrompida, pues no es significativa en Guaraní, cuando las de Yaguarey y Yaguarí lo son, y muy castizas.

De la misma naturaleza, origen, materiales, formas y estructura inmoral de los dioses monstruosamente horribles y bárbaros de los pueblos salvajes, es el diablo: aterrador, seductor, astuto, traidor, hipócrita, dañino de oficio, perverso de profesión, deleitándose en el mal de los niños y de los adultos, obligados por las creencias de sus mayores a vivir en peligro perpetuo y en guardia permanente contra sus incansables asechanzas, especialmente encaminadas a malear a los buenos, para hacerlos caer, por la condenación divina, en su rebaño de condenados perpetuos, habiendo él mismo llegado a la impunidad absoluta de sus maldades ulteriores por haber incurrido desde la primera en el máximum de castigo.

Mejor es ultrapasar el honor que quedarse atrás de él: en materia de juramentos, todos los que no son exigidos bajo la punta de un puñal ó ante la boca de una pistola, es menester no hacerlos ó cumplirlos: esa es mi opinión. Y también la mía. Mañana partiré con usted. No, Máximo, permanezca aquí algún tiempo todavía.

Sin negar esta verdad incuestionable, yo creo que lo que Rosas puso de manifiesto es la supina ignorancia en que viven en Europa sobre los intereses europeos en América, y los verdaderos medios de hacerlos prosperar sin menoscabo de la independencia americana.

Muérense miserables aquí los autores malos, y digo malos, porque buenos no los hay; y lo que es mejor, lo mismo se han muerto los buenos, cuando los ha habido, y volverán a morirse cuando los vuelva a haber, ni aquí se enriquecen los ingenios pobres con la lectura de los discretos ricos, ni tienen aquí más vanidad fundada que la que siempre traen en el estómago, pues por no hacerlos orgullosos nadie los alaba, ni les da qué comer. ¡Oh idea cristiana!