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Actualizado: 1 de junio de 2025


¿Qué hacéis? preguntó Abu-el-Casín a unos viejos venerables de blanca y crecida barba, ancha y espaciosa frente, que se encontraban sentados sobre el césped de la verde pradera y bajo una bóveda de laureles.

No soy yo quien debe aconsejar a Máximo, papá... Nunca me ha pedido mi opinión... Mi padre comprendió esta respuesta en el sentido que yo quería. ¡Pobre hija mía! me dijo tiernamente; los dos habíamos pensado que haría mejor elección... Es preciso, sin embargo, que le una respuesta... Cree que las mujeres os observáis y os hacéis confidencias... ¿es verdad?

Es decir, padre en toda la extensión de la palabra, no; pero ¿qué nombre queréis que al que me ha criado á costa de privaciones de todo género, al que vela por mi, al que me ama como ninguno es capaz de amarme? Tenéis razón; y decidme: ¿cómo haré yo para atraerme ese hombre? Siendo desde ahora todo mío; haciéndole creer que me hacéis feliz. Lo creerá.

Decid más bien: ¿quién espera, quién se desespera, quién tirita, quién se remoja, quién está en batalla descomunal con el sueño, esperando á un trasnochador insufrible? ¡Cuerpo de mi abuela, que bien son ya las dos de la mañana! ¡Don Francisco! exclamó admirado el joven ; ¿qué hacéis aquí? Esperar para deshacer. ¿Para deshacer qué?

¡Duquesa! No os quiero engañar... desde hoy... ¿Qué...? Dejo de ser camarera mayor. Meditad lo que hacéis dijo el duque alarmado... fuera vos de palacio, no podéis ayudarme á hacer el bien del reino. Estoy cansada, don Francisco... sufro mucho... lo que pasó anoche en palacio... ¿Pero qué pasó anoche?

Con la extraña rapidez de percepción que caracteriza a la mujer, creyó Juana sorprender algo de lo que pasaba, en la mirada riente y turbación del joven; un ligero rubor cubría su frente, hizo girar su abanico y levantando la cabeza con cierta timidez medrosa: ¿Qué tenéis? díjole . ¿Por qué me miráis así? ¡Estáis tan bella! contestó Jacobo bajando la voz . ¡Me hacéis mal!

Pero contadme, contadme: ¿en qué estado se encuentran los amores del sargento mayor y de la mayor cocinera? El tío Manolillo no contestó; había levando la cabeza, y puéstose en la actitud de la mayor atención. ¿Qué escucháis? dijo Quevedo. ¡Eh! ¡Silencio! dijo el bufón levantándose de repente y apagando la luz. ¿Qué hacéis? Me prevengo.

Bendito seáis vos, Señor, quedé yo diciendo, que dais la enfermedad y ponéis el remedio! ¿Quién encontrará a aquel mi señor, que no piense, según el contento de lleva, haber anoche bien cenado y dormido en buena cama y, aunque agora es de mañana, no le cuenten por muy bien almorzado? ¡Grandes secretos son, Señor, los que vos hacéis y las gentes ignoran! ¿A quién no engañará aquella buena disposición y razonable capa y sayo? ¿Y quién pensará que aquel gentil hombre se pasó ayer todo el día sin comer, con aquel mendrugo de pan que su criado Lázaro trujo un día y una noche en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha limpieza, y hoy, lavándose las manos y cara, a falta de paño de manos se hacía servir de la halda del sayo?

Las mujeres sois todas unas... Bien lo que hacéis para tener siempre dinero. Los chicos me lo han dicho». Risas, azotes, lágrimas sucedieron a esta declaración; pero también paces al siguiente día.

Mi señora, que iba a las ancas, con voz baja le decía: ¿Qué hacéis, desventurado? ¿No veis que voy aquí? El alcalde, de comedido, detuvo la rienda al caballo y díjole: ''-Seguid, señor, vuestro camino, que yo soy el que debo acompañar a mi señora doña Casilda'', que así era el nombre de mi ama.

Palabra del Dia

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