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Cualquier broma de Romadonga la interpretaba en el peor sentido, retorcía sus frases más sencillas, queriendo ver en ellas algún signo de desprecio. Y con el temperamento impetuoso de que estaba dotada, cuando menos podía esperarse armaba una gresca de dos mil diablos, le cubría de dicterios y le arrojaba de su presencia.

No se tiene esperanza que parezca, Ni que vuelva á nosotros de su grado, Sino es para causar alguna gresca Conforme

La gente se arremolinó hacia uno de los ángulos; las mujeres chillaban; los hombres se precipitaban para introducirse en el lugar de la gresca: por algunos momentos reinó espantosa confusión en el baile. El motivo era que un hombre, sorprendiendo á su mujer allí, la estaba dando de bofetadas.

Cesó al cabo la gresca por la misma razón que había empezado, esto es, por ninguna. Quedaron algunas mesas de dulces por el suelo y no pocas cestas de fruta volcadas. Los heridos se fueron á lavar al río, que estaba cerca. La danza siguió dando vueltas en torno del gran nogal. Á la condesa también le vino en apetencia el entrar en ella.

No veía más que las figuras de barro crudo que se agitaban con gresca infernal en medio del áspero bullicio de las cribas cilíndricas, pulverizando el agua y humedeciendo el polvo.

La Puerta del Sol estaba ocupada militarmente; muchos soldados, muchos cañones y al mismo tiempo mucho silencio: la gresca andaba por los barrios bajos.

Pero hoy dicen las niñas que el agua pudre la raíz del pelo, y no estoy de humor para armar gresca con ellas sosteniendo la contraria. También los borrachos dicen que prefieren el licor, porque el agua cría ranas y sabandijas. Mariquita tenía su diablo en su mata de cabellos. Su orgullo era lucir dos lujosas trenzas que, como dijo Zorrilla pintando la hermosura de Eva,

Pero Rosita contestó don Modesto , yo no me he entrometido en la gresca, ella fue la que se entrometió donde yo estaba. Si no hubiera usted ido en casa de ese rapabarbas, cantor sempiterno; si no hubiera usted estado allí con la boca abierta, oyendo sus cantos impúdicos, no se habría usted hallado en el caso de ser testigo de ese escándalo.

Doña Encarnación, que hasta entonces había reprimido la cólera, sufriendo el insulto hecho al enclenque de su marido, por temor de andar a la gresca con Juanita y aun de quedar vencida y aporreada, no pudo ya contenerse al ver y al oír a su marido tan melifluo y tan predispuesto a ser dadivoso, y le interrumpió exclamando: No te derritas, hombre; no te vuelvas una jalea, no me obligues a que sea yo quien te llame tío marrano.

Su amo no era hombre de muchos memoriales, y si el otro se presentaba con la música bajo las ventanas de la señora, habría de seguro una gresca digna de las calles de Salamanca.