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Actualizado: 28 de junio de 2025
Tres días de viaje echaban aquellos déspotas en sus pesadas carretas para llegar á dicha selva, poblada de toda clase de animales feroces. Ahora, con nuestros vehículos automóviles, vamos en tres horas, y usted, gentleman, tal vez haga el camino en menos tiempo.
Y ahora, gentleman, vuelva á tenderse; adopte su primera postura para tomar un poco de leche. Pero Gillespie estaba pensativo desde mucho antes. Se dispuso á obedecer la orden y luego se detuvo para mirar con una expresión interrogante á la universitaria. Una palabra nada más, y en seguida me tiendo. La doctora le hizo ver con un gesto que estaba dispuesta á escucharle.
Los de usted, gigantesco gentleman, me permitirá que le diga que son regulares nada más y por ningún concepto extraordinarios. Se resienten de su origen: les falta delicadeza; son, en una palabra, versos de hombre, y bien sabido es que el hombre, condenado eternamente á la grosería y al egoísmo por su propia naturaleza, puede dar muy poco de sí en una materia tan delicada como es la poesía.
Ahora, gentleman, en justa reciprocidad, espero que usted se dignará leer otra traducción que he hecho de las poesías de mi eminente jefe pasándolas del idioma nacional al inglés.
Era del tamaño de una rueda de carreta, y había sido labrado en el Palacio de Ciencias Físicas de la Universidad Central. Flimnap se excusó de traer con retraso esta lente, que había prometido para el día anterior. No es mía la culpa, gentleman. El profesor de Física tuvo esta mañana un hijo, y esto le ha hecho retrasar unas cuantas horas la entrega del cristal.
Al fin su tenacidad había vencido la pereza tradicional de las distintas oficinas por las que tuvo que pasar su demanda. Mañana, gentleman, vendrán á afeitarle y á cortarle el pelo. ¿Dónde quiere usted que se realice la operación?... El prisionero prefirió el aire libre. Flimnap dió órdenes para la gran operación del día siguiente, poniendo en movimiento á la servidumbre del gigante.
Cuídese, gentleman dijo con ansiedad ; desconfíe de todos; piense que pueden echarle veneno en sus alimentos. No coma sin que antes haya probado su comida esa gentuza que le rodea. El gigante acogió con una risa sonora la última recomendación. Era innecesaria.
Flimnap, asomado al borde del bolsillo, casi lloraba de miedo cada vez que el gigante extendía una mano pretendiendo apresar en plena carrera á alguna de aquellas bestias amenazantes dominadoras de la selva. ¡No, gentleman! gritaba . ¡Tenga cuidado!
El profesor Flimnap gritaba á toda voz: ¿Qué opina usted de lo que digo, gentleman? Había formulado tres veces la misma pregunta, sin obtener respuesta, y los doctores jóvenes, más revoltosos, empezaban á reir del silencio del gigante y de la confusión del conferencista.
¡Oh, gentleman! suspiró con acento de reproche . ¿Por qué me ha dado ese susto?... ¡Yo que le amo tanto! A pesar de este tono de queja, se notaba en su voz y en sus ojos una expresión adorativa, como si estuviese dispuesta á sufrir nuevos terrores á cambio de contemplar la majestuosa autoridad que ejercía su amigo sobre una selva donde habían temblado de emoción tantos cazadores valerosos.
Palabra del Dia
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