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Actualizado: 17 de julio de 2025


Pero el gigante no quiso escuchar lo que juzgaba protestas políticas del revolucionario y le dió un golpe en la cabeza con uno de sus dedos, enviándolo otra vez al fondo del bolsillo. Llegó Gillespie al puerto, teniendo siempre ante sus pies un ancho espacio de terreno libre de gentío.

Y, sobre todo esto, tenía diez y seis años; ¡amaba, y creía que era amada!... ¿Qué otras razones necesitaba para estar hermosa? No era, pues, extraño que obtuviera un éxito completo y que la siguiese un inmenso gentío hasta que regresó al carruaje.

Con este motivo me informaron de que no cabiendo ya en la isla el mucho gentio, se habian pasado muchas familias, de algunos años á esta parte, al otro lado de la laguna, esto es, al este, donde han formado otra nueva ciudad.

¿Y a qué cantar, si mi canto ha de resonar a llanto que a nadie conmoverá? ¿Si del ajeno quebranto el mundo cansado está? ¿A qué, cuando entre el gentío que me critica y maltrata, seca el alma, el labio frío, no hay un corazón que lata con los latidos del mío? Deja dormir en la sima del olvido cuanto siento. ¡Bien está allí! Que el aliento no lo mezcle con la rima que se evapora en el viento.

Preparóse para aposento del rey el palacio del obispo, pasando este su habitacion al hospital de S. Sebastian, que pidió al cabildo, trasladando los enfermos al de Anton Cabrera; y para que S. M. pudiera ir desde el templo á su palacio sin que le importunase el gentío, se engalanó como era regular el pasadizo por donde los reyes árabes se trasladaban de uno á otro edificio.

Exhaló Cordero de su pecho un suspiro en que parecía que la mejor parte de su alma se escapaba en busca del fugitivo, y salió abrumado de pena. En la calle el gentío que se agolpaba junto a las ruinas le dio a entender que sacaban aquel precioso fósil que fue agente eclesiástico.

No tuvieron inconveniente, o lo disimularon, en codearse con damas y caballeros; después de todo, ellos no habían ido a buscar el gentío, el bullicio mundanal; ellos seguían en su casa, en sus dominios, haciendo como que no notaban la presencia de los intrusos.

Deseaba mostrarse fiero, inhumano, para ocultar su emoción. ¡Adiós, muchacho! Pórtate bien. ¡Adiós, padre! No se dieron la mano: evitaban que sus miradas se encontrasen. El oficial sonreía como un autómata. El padre volvió bruscamente la espalda, y atravesando el gentío se metió en un café. Necesitaba el rincón más obscuro, la banqueta más oculta, para disimular por unos minutos su emoción.

Alguno de los aizkoralaris iba delante de los otros; les avanzaba por momentos; su corte se aproximaba rápidamente al fin: hasta que de pronto, un crujido especial, que no podía confundirse, hizo estremecer el gentío hasta los últimos límites de la plaza. Acababa de partirse un tronco.

Así salieron, sin más remedio, de las cárceles el martes por la mañana, por angosto paso que apenas podían abrir en las calles entre innumerable gentío, las compañías de los Soldados, que con alta providencia envió para este fin el Ilustrísimo Señor Virrey Marqués de la Casta.

Palabra del Dia

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