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Actualizado: 6 de julio de 2025


Afirmaba don Pedro que se gastaban al año bastantes ferrados de centeno y mijo en el corral; y con todo eso, las malditas gallinas no daban nada de .

Pero ya los visitantes se habían colado dentro pasando por delante de doña Mónica. Buenas noches, padre... ¿Cómo sigue, padre? dijo uno tomándole la mano con ademán respetuoso. El otro vino a hacer lo mismo. Eran dos jovenzuelos exiguos y morenos, de cabellos negros ensortijados que gastaban un cuello de camisa tan descotado que casi se les veía el pecho.

Cuando se alzaron en armas contra Fernando VII, nadie había maltratado a la religión; durante la guerra, los batallones cristinos gastaban más tiempo en misas que en ranchos; los liberales eran casi más devotos que los absolutistas; nadie se había metido con la Iglesia; y luego, eso ya lo habéis alcanzado vosotros, lo de San Carlos de la Rápita tampoco tuvo que ver nada con la religión.

El P. Jacinto había sido un jayán y había sacudido el polvo á algunos desalmados y pecadores contumaces, sobre todo cuando eran maridos, que se emborrachaban, gastaban el dinero en vino y juego y daban palizas á sus mujeres. Contra esta clase de hombres había sido duro de veras el P. Jacinto.

Uno y otro, marchita dama y galán manido, poseían, en medio de su radical penuria, una riqueza inagotable, eficacísima, casi acuñable, extraída de la mina de su propio espíritu; y aunque usaban de los productos de este venero con prodigalidad, mientras más gastaban, más superabundancia tenían sus caudales.

El grito se iba repitiendo en todas las goletas, pataches y quechemarines. Era la broma que gastaban con los ingleses que allí arribaban. Pero el gran vapor se mantenía silencioso, cabeceando flemáticamente con ese desprecio tan profundo que nadie mejor que un hijo de Albión sabe afectar. En la punta del Peón se tropezaba con tal cual paseante que tomaba el poco fresco que había.

Gastaban las damas gaditanas ostentoso lujo, no sólo por hacer alarde de tranquilidad ante las amenazas de los franceses, sino porque era Cádiz entonces ciudad de gran riqueza, guardadora de los tesoros de ambas Indias.

Las deudas tenían aliento de fiebre, la real hacienda jadeaba; cada año se gastaban los ingresos de cinco años venideros. ¿Qué expediente, qué arbitrio quedaba por ensayar?

Vestía con lujo, y en su peinado se gastaban los polvos por almudes, y como no tenía malas carnes, a juzgar por lo que pregonaba el ancho escote y por lo que dejaban transparentar las gasas, todo su empeño consistía en lucir aquellas partes menos sensibles a la injuriosa acción del tiempo, para cuyo objeto tenía un arte maravilloso.

En Villalegre se gastaban corsés, y hasta era Juana la Larga quien mejor los hacía; pero la indómita Juanita nunca quiso meterse en semejante apretura ni llevar aquel cilicio que para nada necesitaba ella y que entendía que hubiera desfigurado su cuerpo.

Palabra del Dia

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