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Actualizado: 11 de junio de 2025


Entendió el capitán Diego Fernández las palabras y el traidor propósito de los forzados y cayendo sobre ellos, porque el cómitre había muerto atravesado por una flecha, mató con su espada a cinco de los más rebeldes y furiosos.

Fue necesario que el mismo don León tomase la palabra y dijese a grandes voces el trozo, acompañándose de furiosos ademanes. Nosotros sentimos el terror de lo patético, cosa que lisonjeó mucho al profesor, y muy singularmente nos conmovimos al observar que la mesa se resquebrajaba con un tremendo puñetazo. Su castidad igualaba, si no excedía, a su energía.

Se hacen apuestas, y Paulina me ha contado que su padre ha apostado un peso a que la boda no se hace. La de Aimont está muy descontenta porque teme que esta historia de la apuesta llegue a oídos de los Brenay, que se pondrían furiosos.

El señor Fermín vivía con el pensamiento puesto en la lúgubre noche de la invasión de los huelguistas. Para él nada había ocurrido después, que fuese importante. Le parecía estar oyendo aún el retemblar de las puertas de Marchamalo, una hora antes de amanecer, bajo los golpes furiosos de un desconocido.

A las dos leguas, del lado del N, salieron como 80 indios Mataguayos, arrojáronse al rio, apresáronme la canoa, y furiosos querian estorbar nuestro tránsito: pero al cabo del tabaco y otras regalías se rindieron, y nos dieron paso franco.

Al mismo tiempo, los furiosos ladridos de su leal compañero dieron a conocer a Stein su libertador. El toro embravecido se volvió a repeler el inesperado ataque, movimiento de que se aprovechó Stein para ponerse en fuga.

Cuando se elevaba hasta sus cumbres podía abarcar con rápida visión el mar solitario, sin la gallarda montaña del buque y moteado de objetos obscuros. Estos objetos se deslizaban inertes ó se movían agitando un par de antenas negras. Tal vez imploraban socorro, pero el desierto húmedo absorbía los gritos más furiosos, convirtiéndolos en lejanos balidos.

Gesticulaban furiosos los primeros, contestábanles los segundos con impasible desprecio y en tanto el príncipe Eduardo los contemplaba en silencio, secretamente complacido de presenciar aquella escena tan conforme con su espíritu batallador. Sin embargo, la división entre sus propios jefes ningún buen resultado podía darle y se apresuró á calmar los ánimos.

Algunas otras figuras humanas se asomaban a los balcones y terrados al oír los prolongados y furiosos ronquidos de la máquina. En tanto que el barco no salió por la boca estrecha de la bahía, Miguel no apartó los gemelos de los ojos, dirigiéndolos al balcón donde la triste Maximina quedaba.

Por grande que fuera la angustia de su alma, por más, que ella hubiera decidido quitarse la vida y lo hubiera anunciado, la cristiana tenía que detenerse en el último instante. Pero como tampoco podía ya vivir, dados los celos furiosos de aquel desgraciado, provocó a este mismo para que la libertara.

Palabra del Dia

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