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¡Tomaos con mi padre! -dijo el dicho ventero-. ¡Mirad de qué se espanta: de detener una rueda de molino! Por Dios, ahora había vuestra merced de leer lo que hizo Felixmarte de Hircania, que de un revés solo partió cinco gigantes por la cintura, como si fueran hechos de habas, como los frailecicos que hacen los niños.

Para evitar que los indios fueran esclavizados por los colonos, los jesuítas recomendaron y fomentaron la importación de esclavos africanos durante los dos siglos siguientes. Entre los años de 1555 y 1640 el país sufrió numerosas invasiones de franceses, holandeses e ingleses, que procuraron obtener posesión del territorio brasileño.

Ni un libro: ni regalados los quiere nadie; llena tengo la casa... ¡Si fueran billetes para la ópera o los toros...! ¿Ves pasar aquel autor escuálido de todos conocido? Dicen que es hombre de mérito. Anda y pregúntale: ¿Cuándo da usted a luz alguna cosita? Vamos... ¡Calle usted por Dios! te responderá furioso como si blasfemases; primero lo quemaría.

Hablaban de la tierra natal con voz lenta y entornando los ojos, como si fueran á dormirse. Algunas veces, la conversación recaía sobre Jaramillo padre y su prodigiosa ciencia. Yo le vi decía Morales con respeto curar á los enfermos en menos que se reza un credo. Les chupaba la parte enferma ó ponía la boca en su boca, aspirando su aliento.

Todo era creíble para Luz, menos que Ángel y ella no fueran una misma cosa, con un mismo corazón y un mismo pensamiento; que lo que les estaba pasando a los dos no fuera lo que debía pasar, ni que hubiera en el mundo suceso ni contrariedad destinados a impedirlo. ¿Quién, ni qué se resiste contra el ambiente que se respira y el sol que alumbra?

24 Como si nunca fueran plantados, como si nunca fueran sembrados, como si nunca su tronco hubiera tenido raíz en la tierra; y aun soplando en ellos se secan, y el torbellino los lleva como hojarasca. 25 ¿Y a qué, me haréis semejante, para que me comparéis? Dice el Santo.

En vano buscaríamos en Agustín Álvarez esa unidad, esa consecuencia espiritual, que tienen a menudo otros escritores y pensadores, entre su juventud y la plena madurez. No existió en él. La vida lo obligó como a tantos otros a seguir orientaciones, que acaso no fueran las predilectas a su temperamento, y así lo vemos cambiar a menudo de rumbos.

Barbarita se había acostumbrado a los ruidos de la vecindad, cual si fueran amigos, y no podía vivir sin ellos. La casa era tan grande, que los dos matrimonios vivían en ella holgadamente y les sobraba espacio. Tenían un salón algo anticuado, con tres balcones. Seguía por la izquierda el gabinete de Barbarita, luego otro aposento, después la alcoba.

A la siete de la noche fueron llegando los convidados: primero, las divinidades menores, pequeños empleados, gefes de negociado, comerciantes, etc, con los saludos más ceremoniosos y los aires más graves, al principio, como si fueran recien aprendidos: tanta luz, tanta cortina y tanto cristal imponían algo.

Y abrazaba y daba palmadas en la espalda también a su Frígilis para que no tuviera celos de Mesía. Quintanar era feliz; quería que lo fueran todos los suyos, su mujer, sus criados, y los amigos, hasta los conocidos, el mundo entero. Si Mesía le preguntaba en broma: ¿Qué tal Kempis? ¿Qué dice de esto Kempis? El otro contestaba: ¿Quién? ¡Qué