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Actualizado: 11 de julio de 2025
Una tarde, casi a oscuras, paseaban juntos por el salón de los retratos, y cuando Sebastián preparaba una frase que en pocas palabras explicase los grandes méritos que había adquirido amando tantos años sin decir palabra ni esperar cosa de provecho, Emma se le puso delante, le mandó encender una luz y acercarla al retrato del ilustre abuelo.
Ni yo he firmado nada, iba a añadir Bonifacio; pero se contuvo recordando que sí había firmado tal; pero había firmado sin leer, sin enterarse, como sucedía siempre, y esta humillación no se la podía confesar al escribano. Sin acabar la frase, y sin dar otras explicaciones, salió de allí avergonzado, aturdido, como si acabara de robarle aquel dinero a don Benito; y se fue derecho al teatro.
Era sin duda aquél uno de los finos artistas de la palabra y de la frase, según se decía; había caído de las más altas posiciones, y mi tía lo abominaba como todo el partido de la gran política que no le conocía sino por el apodo que se le daba y que no es del caso mencionar.
No; lo que pide es lo que la frase expresa: tradiciones, costumbres, formas, garantías, leyes, culto, ideas, conciencia, vida, haciendas, preocupaciones; sumad todo lo que tiene poder sobre la sociedad, y lo que resulte será la suma del poder público pedida.
El joven repetía con obstinación su frase, como el que, acostado, masculla sin cesar la misma oración para aturdirse y coger el sueño; y poco a poco, como hipnotizado por la brillantez del paisaje, fue sumiéndose en un limbo de quietud contemplativa.
El discernimiento sólo se alcanza con los años. Y aun es problemático, pues según un ironista francés «la mujer sólo se equivoca cuando reflexiona». La frase, aguda y ligera, no convencerá a ninguna de mis lectoras. Podríamos devolverla al ironista diciendo: «los hombres sólo aciertan cuando se enloquecen».
Esperó un momento la vizcondesa, y viendo siempre a aquel impasible y mudo: Señor Fabrice le dijo estrechando las manos del artista , ¿me dejará usted partir sin concederme una frase de esperanza?... Ya su honor está a salvo... ¡Tenga usted piedad de su hija!... ¡Tenga piedad también de la pobre culpable!... ¡Ha sufrido y sufre tanto!... ¡Ha expiado y expía con tanta usura su pecado!... ¡Y si aun me atreviera a añadirle algo!...
Por cierto que al hacer el examen minucioso de estos órganos Moreno tuvo una frase feliz que causó profunda impresión en el antiguo comerciante. Este polvo, residuo de la digestión de la planta, es precisamente lo que, al herir la mucosa de la nariz, nos causa esa sensación agradable que llamamos aroma.
No traigo aquí esta cita como prueba de milagro, sino como prueba candorosa de la facilidad, del tino, del inexplicable don del cielo con que aquella mujer, que no sabía gramática, ni retórica, que ignoraba los términos de la escuela, que nada había estudiado en suma, adivinaba la palabra más propia, formaba la frase más conveniente, hallaba la comparación más idónea para expresar los conceptos más hondos y sutiles, las ideas más abstrusas y los misterios más recónditos de nuestro íntimo ser.
Los dos callaron hundiendo sus ojos en aquella gasa impenetrable de vapores. La condesa buscaba el sol. Octavio buscaba una fórmula. La condesa principió á tararear piano la famosa frase il sol de l'ánima de Rigoletto. Octavio la escuchaba con arrobamiento: sintió húmedos sus ojos y apretada la garganta.
Palabra del Dia
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