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Actualizado: 14 de julio de 2025
Ved, por ejemplo, al obrero español, el tipo que mas resiste á la invasion de las costumbres extranjeras: rebelde á la blusa, la cachucha y la actividad del obrero frances, el español conserva su sombrero redondo, su chaqueta y su manta para tener el derecho de conservar su inmobilidad é indolencia. Llega la tarde: son las cinco y estamos en primavera.
Con este ó semejante motivo, se han abierto ya dos suscriciones, que no habrán importado menos de trescientos mil duros. ¡Un republicano acude á la caridad europea, para desempeñar un castillo feudal! ¡A la suscricion de un republicano francés, contribuyen en primer lugar los lores ingleses! Esto seria extraño, muy extraño, en cualquier país de la tierra; en Paris, no.
Y mi mujer dice: ni yo francesa. ¡Dios me libre! Así finalizó el día segundo. =Dia tercero=. Progresos de mi mujer. Melancolía. Nuevos rótulos. Anuncio de la Union agrícola. Costumbre de las señoras de Paris. Sangre fria de los hombres. Achaques de raza. La soga. Una mujer en la calle de Richelieu. La mujer francesa. Medallas. Prodigio del genio francés. Más rótulos. Baston de Richelieu.
El no era inglés ni francés. Tampoco era alemán; pero la mujer que él amaba lo era, y no iba á abandonarla por unos antagonismos que le resultaban sin interés. Freya no debía llorar.
Todas sus amigas habían estado allá. Familias de tenderos italianos y españoles emprendían el viaje, ¡Y ella, que era hija de un francés, no había visto París!... ¡Oh, París!
Se cruzaron palabritas un poco fuertes, y, por último, exclamó nuestro almirante: «¡A la mar mañana mismo!». Pero yo creo que Gravina no debía haber hecho caso de las baladronadas del francés, no, señor; que antes que nada es la prudencia, y más conociendo, como conocía, que la escuadra combinada no tenía condiciones para luchar con la de Inglaterra».
Por último, divisamos una, y un rato después la mole confusa de un navío que corría el temporal por barlovento, y aparecía en dirección contraria a la nuestra. Unos le creyeron francés, otros inglés, y Marcial sostuvo que era español. Forzaron los remeros, y no sin trabajo llegamos a ponernos al habla. «¡Ah del navío!», gritaron los nuestros.
A ver añadió dentro de un rato, venga eso y cogió el pasaporte y lo miró. ¿Y usted quién es? Un amigo del señor. ¿Y el señor? algún francés de esos que vienen a sacarnos los cuartos. Tenga usted la bondad de prescindir de insultos, y ver si está ese papel en regla. Ya le he dicho a usted que no sea insolente si no quiere usted ir a la cárcel.
Ya ves, pues, que habrá ocasión de poner una flecha tan pronto en un castellano como en un francés. Pero entre tanto, amigo Reno, creo que también tú y yo tenemos nuestra cuenta pendiente y.... ¡Pesia mí, que lo había olvidado con la alegría de verte, camarada! dijo Reno.
A algunos, a don Rosendo, a don Mateo, a don Pedro Miranda y al alcalde don Roque, ya Gonzalo les había saludado la noche anterior. Pero estaban allí además Gabino Maza, don Feliciano Gómez, el ingeniero francés M. Delaunay, Alvaro Peña, Marín, don Lorenzo, don Agapito y otros cinco o seis señores, que se levantaron para abrazarle.
Palabra del Dia
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