Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 24 de noviembre de 2025
Frígilis había formado a su querido Víctor, al cabo de tantos años de trato íntimo a su imagen y semejanza, en cuanto era posible. Salía Quintanar de la servidumbre ignorada de su domicilio para entrar en el poder dictatorial, aunque ilustrado, de Tomás Crespo, aquel pedazo de su corazón, a quien no sabía si quería tanto como a su Anita del alma.
Ana trataba a todo Vetusta, pero con los hombres siempre habían sido poco íntimas sus relaciones. Sólo Paco y Frígilis eran amigos de confianza. No era expansiva; su amabilidad invariable no animaba, contenía. Visita aseguraba que aquel corazoncito no tenía puerta. Ella no había encontrado la llave, por lo menos.
Frígilis se detuvo y contempló el monte Arco que tenía enfrente, el río ondulante que quedaba debajo y la franja del mar, azulada con pintas blancas, que se veía en un rincón del horizonte, en apariencia más alto que el río, como una pared obscura que subía hacia las nubes. Quintanar se sentó sobre una peña que dejaba descubierta el prado.
Como otras veces, Ana fue tan lejos en este vejamen de sí misma, que la exageración la obligó a retroceder y no paró hasta echar la culpa de todos sus males a Vetusta, a sus tías, a D. Víctor, a Frígilis, y concluyó por tenerse aquella lástima tierna y profunda que la hacía tan indulgente a ratos para con los propios defectos y culpas. Se asomó al balcón.
Pues claro... con vestidos de cierto color.... Frígilis encogió los hombros. Pero mis semillas, mis semillas ¿quién me las ha echado a rodar? El gato, ¿qué duda tiene? el gatito pequeño, el moreno, el mismo que habrá llevado el guante a la glorieta... ¡es lo más urraca!... En la pajarera de Quintanar cantó un jilguero.
Frígilis en el teatro se aburría y se constipaba. Tenía horror a las corrientes de aire, y no se creía seguro más que en medio de la campiña, que no tiene puertas.
Frígilis olvidó el guante y el gato, y quedó arrobado oyendo el repiqueteo estridente, fresco, alegre del jilguero de sus amores. Petra escondió en el seno de nieve apretada el guante morado del Magistral.
No la encontró; y para figurarse algo parecido pensó en su reclamo de perdiz, escogidísimo regalo de Frígilis. «Si mi mujer supiera que sólo puedo disponer de dos horas y media de descanso, me dejaría volver a la cama». Pero la pobrecita lo ignoraba todo, debía ignorarlo.
Frígilis tenía prisa, quería dejar a don Víctor cuanto antes para correr en busca de don Álvaro y advertirle de que Quintanar sabía su traición, para que se abstuviera de asaltar el parque aquella noche y acudir a la cita, si la tenía como era de suponer.
Iba siendo Mesía al caserón lo que Frígilis a la huerta.
Palabra del Dia
Otros Mirando