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Actualizado: 24 de julio de 2025
Esta idea aumentó su pavor; recordó que aquella piedad sólo le acudía en las enfermedades graves, en la soledad de su lecho de solterón.... Frígilis estaba asustado del valor de aquel hombre. Mesía mismo se explicaba mal cómo había llegado hasta allí.
Veleidades tenía de llamar a Frígilis, decírselo todo, ponerlo en sus manos todo.... «Frígilis, aunque era un soñador, llegado el caso tenía mejor sentido que él; sabría ser más práctico.... ¿Qué haría?». Por lo pronto seguir a Tomás a la estación. Y callar. Para hablar siempre era tiempo.
Frígilis y Quintanar pasaron el río en una barca, comenzaron a subir una colina coronada por una aldea de casas blancas separadas por pomaradas y laureles, pinos de copa redonda y ancha y álamos esbeltos.
Es guapa, pero orgullosa decía la baronesa tronada, que tenía a su marido y a su hijo enamorados en vano de la sobrinita. No fue Ana quien apresuró su resolución, como esperaba Frígilis; fueron las tías que descubrieron un novio para la niña. El nuevo pretendiente era el americano deseado y temido, don Frutos Redondo, procedente de Matanzas con cargamento de millones.
Frígilis sonrió como un filósofo y echó a andar delante. Era un señor ni alto ni bajo, cuadrado; vestía cazadora de paño pardo; iba tocado con gorra negra con orejeras y por único abrigo ostentaba una inmensa bufanda, a cuadros, que le daba diez vueltas al cuello. Lo demás todo era utensilios y atributos de caza, pero sobrios, como los de un Nemrod.
Algunas veces discutía con Frígilis, en quien reconocía la madera de un libre pensador, pero mal educado.
Cumplió su promesa. Pasó un mes, y Ana Ozores de Quintanar, con su caballeresco esposo salía por la carretera de Castilla en la berlina de aquella diligencia en que había visto marchar a don Álvaro Mesía por el mismo camino. Toda Vetusta fue a despedirlos; la nobleza y la clase media. Frígilis tenía lágrimas en los ojos.
Palabra del Dia
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