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Actualizado: 28 de junio de 2025


El profesor había contestado que no podía encargarse de este servicio sin una orden expresa del gobierno, y el jefe se la había prometido para más adelante, dejando el asunto en tal estado. La promesa de una orden del gobierno es falsa, gentleman añadió Flimnap . Ningún señor del Consejo Ejecutivo osará firmarla.

El buen profesor Flimnap estaba inquieto por la suerte de su protegido. Gillespie le inspiraba un interés que jamás había experimentado por ningún hombre de su propia tierra. Dedicado por completo á los trabajos lingüísticos é históricos, solamente había tratado con mujeres, y éstas eran todas profesores malhumorados y de austeras costumbres.

Tenía el volumen unas tapas multicolores, cubiertas de diversas piezas de cuero formando mosaico. Sus hojas eran de triple pergamino, y las traducciones de Flimnap habían sido trazadas con brochas gordas, dando á cada letra el tamaño de la cabeza de un habitante del país. Gillespie, poniéndose la rodaja de cristal sobre uno de sus ojos, empezó á leer.

Luego, cuando el gentleman iba á acostarse, Flimnap fingió que regresaba á la Universidad, despidiéndose de él hasta el día siguiente, pero se dispuso á pasar la noche en la cama del administrador del almacén de víveres, aunque estaba seguro de no dormir. ¡Mañana! pensaba . ¿Qué pasará mañana?

El profesor Flimnap miró á un lado y á otro, como si algún indiscreto pudiese entenderle, á pesar de que hablaba en inglés. Luego dijo, bajando un poco la voz: Eso que ha visto, gentleman, no es un ejército.

Flimnap se hallaba en una situación igual á la del senador. Sentía contento porque el amado gentleman no iba á morir, pero se aterraba al imaginarse su nueva existencia.

La lección de Historia del profesor Flimnap Gillespie, que había puesto en duda la civilización avanzada de estos pigmeos, tuvo que reconocer que sabían hacer las cosas aprisa y bien. Al aparecer el segundo sol después de su entrada en aquella Galería recuerdo de una feria universal, todo lo más primario de su instalación estaba ya hecho.

Inconvenientes de la gloria dijo Flimnap, bajando los ojos como avergonzado de su deserción . Mi deseo era acompañarle, pero ahora soy un personaje popular; según parece, estoy de moda gracias á usted, y los señores del gobierno municipal quieren que vaya con ellos al templo de los rayos negros para pronunciar un discurso en honor de nuestra sabia libertadora.

Luego añadió, con un deseo de tomar el desquite: Pero los guerreros masculinos están mandados por oficiales hembras, sin duda para mantener los privilegios del sexo. ¿No temen ustedes que esos atletas brutales falten al respeto á sus jefes y atenten contra ellos? El profesor Flimnap se ruborizó y dijo con apresuramiento: No tema eso, gentleman.

Flimnap tembló en su asiento. Gurdilo iba á perder la victoria que se imaginaba haber alcanzado con su discurso. Como los defensores del gobierno hablaban de economías, la opinión se iba hacia ellos.

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