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Actualizado: 6 de junio de 2025


Animado con sus carcajadas, me figuré que había logrado, al fin, dar con el secreto de la gracia andaluza, y, por lo visto, comencé a desbarrar de un modo lamentable. Una de las veces que Matilde me ofrecía una caña, le dijo no quién: ¡Ojo, chiquiya, que eso es un bolo! La Serrana le hizo un guiño, que pude ver.

No tiene él la culpa de que no haya en esta tierra maldita establecimientos de beneficencia. Si le veo mañana, le doy un duro... Vaya si se lo doy... ¡Qué envidia le va a tener mi tía Guillermina! Volvámonos ahora para la pared, a ver si me duermo un poco. Así; cerraré los ojos. No, mejor será que los abra, y que me figure que quiero despabilarme. Lo que se desea no se tiene nunca.

En cuanto al retrato de las prendas físicas de don Juan... mejor es no hacerlo; a los lectores poco ha de importarles la omisión, y en cuanto a las lectoras, preferible es que cada una se le figure y finja con arreglo al tipo que más le agrade.

En la parte nueva del castillo se veían algunas luces, y también risas y cantos, pareciéndome distinguir entre las voces la de Ruperto Henzar, a quien me figuré excitado por el vino. Descansé un momento, y orientándome pensé que si la descripción hecha por Juan era exacta, debía hallarme en aquel momento al pie de la ventana que buscaba.

No tuve valor para contestarle que yo no tengo ninguna influencia, y que mi padre, como hombre afiliado á un partido político, tiene compromisos ineludibles, contrarios, sin duda, á las ideas que él representa. ¡Cuánto siento que papá figure en un partido tan avanzado! No por qué ha tenido la desdichada ocurrencia de enamorarse de esa chusma insolente que escarnece todo lo grande y elevado.

Por un momento, al notar la consistencia de esta imaginación, me creí obseso; me figuré, como era evidente, que en los pocos minutos que había estado a solas con Pepita junto al arroyo de la Solana, nada había ocurrido que no fuese natural y vulgar; pero que después, conforme iba yo caminando tranquilo en mi mula, algún demonio se agitaba invisible en torno mío, sugiriéndome mil disparates.

Para estos casos quiere uno el dinero. Llegué a la iglesia, me senté al confesionario, y lo primero que le dije al cura fue esto: «Acúsome, padre, de leer El Sol». ¿Así lo dijiste, Antoniño? Así, , señor, y con la misma tranquilidad con que hubiese podido decir «buenos días». No se figure usted que yo soy un gallina. Y el cura, ¿qué te contestó?

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