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Como estoy vestido, mi toilette no ofrece grandes dificultades. ¿Habrá por aquí el lujo de un peine? No te apures. No volveré hasta la noche, porque tengo que hacer». Esta pobre Isidora, ¡qué buena es! Si no fuera la maldita manía del pleito, que no ganará nunca, sería una muchacha ejemplar. Bien, bien; haremos lo que manda la señora. La fiera patrona no me envenenara con sus guisotes.

¡Que perezca cuanto ame! ¡Que su corazon de fiera lento y lento el dolor hiera y no le mate el dolor! ¡Que sus noches el infierno llene con sueños de espanto! ¡Que nunca aplaque su llanto la cólera del Señor!

Esta palabra, pronunciada a media voz, produjo en le Tas como una conmoción eléctrica. Se levantó como una fiera y mirando fijamente al doctor, le dijo: ¡Suicidio! Demasiado sabe usted que no era capaz de suicidarse. ¡Pobre ángel! ¡Tan hermosa y tan feliz que era! ¡Hubiera vivido cien años si no la hubiesen asesinado! Además, ¿es que ese viejo no estaba ahí?

La perspectiva de recibir buscando medio seguro una carta suya, le infundió ánimo, y arrojando el periódico sobre el velador de la trastienda, dijo a su mujer: ¡Tranquilízate! Esa infeliz no está en Madrid... Ahora mismo me largo a respirar un rato a gusto, lejos de ti... ¡fiera! Y sin esperar respuesta, se calzó y salió.

Y después, cuando quise, golondrina cansada, al nido de mis padres y de mi amor volver, rugió fiera de pronto violenta turbonada: vénse rotas mis alas, deshecha la morada, la vendida a otros y ruinas por doquier.

Según opinión de los más, quería con esto fingirse loco para salvar el cuello: tal vez catorce meses de aislamiento en un calabozo, esperando a todas horas la muerte, habían acabado con su escaso seso de fiera instintiva.

Si cual le vi le miráras, por venciendo á una fiera, tu gratitud le quisiera, cual le amo yo, le amáras. ¿Por qué se oculta, y por qué no me dices su nombre? No lo , ni hay que te asombre, que del amor en la fe, de la ventura en la calma, el espíritu anhelante no pregunta, goza amante: ¿tiene acaso nombre el alma?

El astrólogo fingido. Amor, honor y poder. Los tres mayores prodigios. En esta vida todo es verdad y todo es mentira. El maestro de danzar. Mañanas de abril y mayo. Los hijos de la fortuna. Afectos de odio y amor. Ni amor se libra de amor. El laurel de Apolo. La púrpura de la rosa. La fiera, el rayo y la piedra. También hay duelo en las damas. El postrer duelo de España. Eco y Narciso.

Estaba irrascible, irritable, convulsa como una fiera herida; la silla tiritaba bajo el peso de sus muslos pletóricos y su marido volvía a agitarse acariciando tímidamente el recuerdo favorito del tratamiento del doctor Brown. No valen todas ellas el disgusto que me han dado, ¡perras viejas caches! exclamaba con una voz tosida y un poco gangosa.

Era demasiado pronto. El toro no estaba bien colocado: iba a arrancarse y a cogerlo. Movíase fuera de todas las reglas del arte. Pero ¿qué le importaban las reglas ni la vida a aquel desesperado?... De pronto se echó con la espada por delante, al mismo tiempo que la fiera caía sobre él. Fue un encontronazo brutal, salvaje.