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Actualizado: 9 de noviembre de 2025
Item, que todo poeta comico, que felizmente huviere sacado á luz tres comedias, pueda entrar sin pagar en los teatros, si ya no fuere la limosna de la segunda puerta, y aun esta, si pudiese ser, la escuse.
Ya en camino, se ve expuesta en distintas ocasiones á ser conocida de los centinelas y de su mismo hermano; pero los engaña á todos, y llega felizmente al término de su viaje.
Y como Juan aprobase con una inclinación de cabeza, el señor Aubry continuó: ¡Ah! Juan, felizmente, no es como Jaime; nuestros asuntos no le son indiferentes. ¡Ah, no! siente en su alma la misma pasión que yo por el cristal. ¡Cómo nos entendemos! ¡Lo que hemos trabajado juntos al resplandor de los mismos hornos, cáspita!
No, no puedo... ¡Es preciso!... No tengo más ganas. ¡Yo lo quiero! Le aseguro... ¡He dicho que quiero! Y él tomaba el sandwich ofrecido por aquella mano delicada. ¡Qué no habría comido, con tal de ver la sonrisa de triunfo que entreabría los labios de su amiga! Murmuró: Como por demás... felizmente el té me salvará, si no concluiría usted por ahogarme. Se sonreían confiados y alegres.
Claro; ya sabré yo contestar a esos juzgamundos. Me alegro de haberle encontrado, pues la mentira corre que es una bendición. Pero, felizmente para la reputación de Lady Clara, el criado chino de su marido, único testigo ocular de la fuga, refirió que sólo la acompañaba la niña.
Por la emoción que había sentido, Juan comprendió que no podía permanecer testigo impasible de escenas semejantes. El resto del día continuó lleno de tristezas para él. Felizmente, Bertrán como buen camarada, viéndolo aislado y melancólico, vino a hacerle compañía; sin su presencia, Juan habría llorado. Al desaparecer el sol en el mar, los excursionistas regresaron a la venta.
La vida matrimonial se le hacía inaguantable... Por eso se separó de su marido y se echó a llorar sin consuelo... Felizmente, en la azotea del palacio anidaba una pareja de cigüeñas. Eran curiosas, y como tenían las patas muy largas y muy largo el cuello, parándose en la punta de las patas y estirando el cuello, veían por las ventanas lo que pasaba adentro del palacio.
Esta estaba pálida y a pesar de los violentos esfuerzos que hacía sobre sí misma, no podía dominar sus emociones, ni su visible estremecimiento. Felizmente Mathys se equivocó con respecto a aquella emoción.
El viejo da un salto y echa una mano en la calva; mira a todas partes... nada. ¡Está bueno! dice por fin, poniéndose el sombrero; algún pillastre... bien podría irse a divertir... ¡Pobre señor! dice entonces el calavera, acercándosele; ¿le han dado a usted? es una desvergüenza... ¿pero le han hecho a usted mal?... No, señor, felizmente. ¿Quiere usted algo? Tantas gracias.
Moro sudaba de congoja temiendo no poder resistir hasta la vuelta del criado. Felizmente éste llegó a tiempo. En cuanto tuvo en su poder las anheladas barajas ya fue otro hombre.
Palabra del Dia
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