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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Era un joven abogado condiscípulo suyo en el colegio de Santa Bárbara primero, y en la facultad de derecho más tarde. Tenía, con poca diferencia, la misma edad que Amaury. Vivía con desahogo, pues disfrutaba de una renta que podría estimarse en unos diez mil pesos; pero no era, como su compañero, de esclarecido linaje. Se llamaba Felipe Auvray.

Sabía vestirse, facultad que no es tan común como parece, sobre todo en esta clase de mujeres. Tenía bastante instinto para buscar la armonía de los colores, la sencillez y pureza de las líneas. No pretendía llamar la atención, como la mayor parte de sus iguales, por lo exagerado de los sombreros y el vivo contraste de los colores.

Ella dejó ambas cartas en la mesita y su mirada pasó de una a otra, vagamente, como si estuviera viendo flotar las imágenes tan profundamente diversas que cada una de ellas despertaba en su alma. Ricardo Muñoz había terminado sus estudios en la Facultad de Derecho, dos años atrás. Era serio y reflexivo por naturaleza.

Yo no cómo decírtelo, nena murmuró con voz temblona, haciendo largas pausas . Hay que tener valor... apreciar las cosas tales como son. Lo que voy a decirte no es mas que una idea... Si no quieres, no será... Podías entrar en el hospital... No, no te asustes. No en el hospital adonde van todos; en las clínicas, en la Facultad.

Esto prueba que la razon humana, en su existencia y en su desarrollo, depende de una inteligencia infinita causa de todos los espíritus, y maestra de todos ellos. Para querer, no basta la sola facultad de querer, es necesario conocer lo que se quiere; pues nada es querido sin ser conocido.

Y a ti, Amaury, como tienes que cumplir con los deberes que impone la sociedad, te autorizo para bailar cuanto quieras, a condición de que no lo hagas a menudo y que de vez en cuando me acompañes, ya que la facultad y la paternidad se han confabulado para condenarme a representar un papel pasivo en la fiesta de esta noche.

Un profesor de la Facultad, que me había tomado gran cariño, se prestó a curarle. Fue milagro de Dios que me salvara en aquel cuchitril inmundo, almacén de trapo viejo, de hierro viejo y de cuero viejo.

Un fiasco, una bancarrota, cosa inútil; pero todo lo que él no había sido podía serlo el hijo... lo que en él había sido aspiración, virtualidad puramente sentimental, sería en el hijo facultad efectiva, energía, hechos consumados.

La fuerza de su pensamiento era nula; la facultad de experimentar afectos, ninguna; y en cuanto á sensibilidad, cero. En una palabra, en él no había sino unos cuantos instintos que, auxiliados por el buen humor que era el resultado inevitable de su bienestar físico, hacían las veces de corazón.

No les negaré la facultad de levantarse á las mas altas regiones del pensamiento, ni diré que les sea imposible moderar el vuelo de su ingenio y adquirir el hábito de juzgar con acierto y tino; pero á no dudarlo, habrán menester mas caudal de reflexion y mayor fuerza de carácter, que el comun de los hombres. El poeta y el monasterio.

Palabra del Dia

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